sábado, 31 de diciembre de 2016

SALUD Y FUERZA



La nostalgia no sólo es desvergonzada, también es traicionera.
Karl Ove Knausgård





A pocas horas de acabar el año surge el eterno conflicto entre enterrar lo viejo y ensalzar lo que tiene que venir que, una vez venido, intentaremos enterrar también al cabo de cierto tiempo. Se nos despide un año bastante extraño, bastante inútil, bastante cansino. Un año de sentimientos encontrados, de proyectos frustrados, de risas incontroladas, de carreras sobre una rueda que acaba llegando al mismo sitio, de penas negras como la pez y de enormes dosis de esperanza. Un año de grandes aciertos y de errores morrocotudos de los que cabe lucirse un rato y también lamentarse pero, en esto, solo un poco, porque uno no puede andar toda la vida pensando en lo que pudo haber sido y al final fue. Un año en los que, como siempre, he ganado pero también he perdido; un año que he echado de menos a algunas personas y he echado de más a algunas otras. Pero el balance, al final y como casi siempre también, queda en tablas.  Hace tiempo que decidí calzarme las gafas de lo relativo, así que desde ahí creo que todo está medianamente bien, relativamente bien. Llega la hora de los deseos y el primero, como no puede ser de otro modo, es que la vida no se cebe con nosotros; que podamos vivir en una calma que aliente pero que no mate; que busquemos y encontremos; que no molestemos, ni nos molesten, más que lo imprescindible, lo necesario. En lo particular solo pido seguir comiendo y conociendo, lo que resume mi filosofía sobre el control mediano entre el físico y psíquico; ser capaz de seguir ardiendo por el interior (aunque sea un poco), y que el tiempo, si quiere, me devuelva algunas cosas que perdí por el camino, aunque sé que eso no es más que una chiquillería. Salud y  fuerza.



lunes, 26 de diciembre de 2016

QUIERO PENSAR



"Nada vivo se mantiene sin esforzarse continuamente por realizar su específica naturaleza, y es por eso un mero conato o aspiración de cumplimiento de cierto sí mismo, lo cual significa parecerse a un "estar" antes que a un "ser".
Antonio Escohotado





Quiero pensar que aquellos que vendrán por detrás nuestro, que ahora no son más que una esperanza en crecimiento, no se torcerán como nosotros. Que serán capaces de sobrevivir a un mundo que hemos destrozando generación tras generación. Que sus risas de ahora serán la voluntad de un mañana en que tendrán que enderezar lo que nosotros no supimos. A veces me pregunto si les habremos dejado margen suficiente, si la suma de sus errores junto a los nuestros no será un paso más hacia el despeñadero por el que el hombre parece destinado a acabar sus días. Quiero pensar que no será así, que serán más inteligentes que nosotros, que serán capaces, en nuestra ausencia,  de  hacer de la vida un lugar más amable, que doblegaran el destino que les vamos marcando y que acabarán sobreviviendo a la angustioso mañana que ahora les entregamos.



miércoles, 21 de diciembre de 2016

DÍA RARUNO



Te diría que te fueras al infierno pero 
la verdad es que no te quiero volver a ver.
Mad men






Aquel día empecé a sentir que todo me empachaba. Recurrir a notas que dejaba escritas por cualquier sitio, con intención de no olvidar lo que consideraban que eran hechos objetivos que reforzaban la decisión que había adoptado semanas atrás, me estaban transformando en una especie de escriba, con tintes de notario venido a menos, que solo ponían de manifiesto que los años me estaban convirtiendo en un ser más que extraño. ¿Por qué dejar testimonio de presuntas de objetividades muy poco objetivas? ¿Era una especie de munición que acumulaba para lanzarla contra aquel que perturbara el normal discurrir de mis decisiones? Al final las fui buscando una a una, hice una bola con todas ellas y las tiré al cubo de la basura. Dejé una, solo una, pegada en la puerta de casa que me recordaba que en dos días acababa el plazo del pago voluntario de una multa que recibí por culpa de otro. La puerta de la nevera, el espejo del baño y cualquier otro sitio en el que pudiera pegarse el papel engomado quedaron limpios como una patena.  A partir de ese momento, y salvo por la triste evidencia de que la multa iría incrementándose a base de intereses de demora porque no estaba dispuesta a pagarla, mi vida dio un giro radical. Era ya una mujer liberada del yugo testimonial de las imbecilidades de otros que, poco a poco y sin remedio, me habían convertido en una persona tan imbécil como aquellos a los que les apuntaba la falta objetiva, siempre presunta. Pensé que me merecía una recompensa y, en aquel momento, como no había nada con lo que satisfacer aquella gloria que había hecho que me viniera arriba, anoté en un papelito, también engomado que, al día siguiente y sin demora, me recompensaría del modo lo más extravagante posible por mi decisión de poner fin a mi notarial entrega a la causa de la objetividad mundana, como método paliativo de las injusticias universales que consideraba inflingidas por culpa de otros. Porque eso sí, la culpa siempre es de otro, menos de Don Draper por supuesto.






domingo, 18 de diciembre de 2016

DE LO MENUDO




Nuestras escenas de amor eran mudas e intensas, un desvanecimiento a las profundidades de la inmovilidad. Fanny era toda languidez y sumisión, y yo me enamoré de la suavidad de su piel, de la forma en que cerraba los ojos siempre que yo me acercaba a ella silenciosamente por detrás y la besaba en la nuca.

Leviatan -Paul Auster-





Compro un bocadillo para tomarlo a mediodía mientras me doy una vuelta por el centro.  No me importa comer por la calle, no tengo manías en ese aspecto. En la esquina me encuentro con Carmen. Hoy, además de los ciclámenes, los potos y algún que otro ficus enano, ha traído los ramilletes de hojas de eucalipto. Se acerca la navidad.  Le digo que me guarde un par, con las flores un poco cerradas, menuditas, que mañana me los llevo; y como sé que con toda seguridad no ha desayunado, desando los pasos y recojo un café con leche en vaso de cartón y otro bocadillo igual que el mío. Me da las gracias y dice que se lo tomará más tarde, que ahora no tiene hambre.  Desde que murió su marido, un hijo, con más desgracias que gracias, le ayuda a tirar del carrito que cada día, aunque llueva, planta en la esquina de casa.  Hablamos del tiempo, de su dolor de piernas y de que habría que adelgazar. Mal de muchos, le digo, mientras pienso en la regañina que me regalará la ginecóloga cuando vaya en enero. Debes perder peso, nada de ganarlo. Pero la naturaleza es cabrona y mientras vas poniendo años, vas sumando kilos, es una ley incontestable. Me despido hasta mañana, con el deseo en la lengua de que no llueva y de que el frío sea moderado. Tengo ganas de llevar el eucalipto a casa y de que Carlos se muera de gusto cuando entre por la puerta de aquí unos días. Demasiadas semanas ya sin vernos, demasiados kilómetros de por medio. Hay destinos que son como una media condena.











domingo, 11 de diciembre de 2016

CHICO

¡Todos se han perdido menos yo! Porque no tengo ningún maldito título universitario con el que lavarme el ojete. Porque acaban de llamarme ''displicente'' en mi puta cara... y he tenido que buscar en el diccionario qué coño significa esto. 
Oh boy



Nos cruzamos a la altura de correos. Nos saludamos sin demasiados protocolos. Nos dijimos las cuatro cosas corrientes, mostramos la sorpresa por ese encuentro tan curioso. Hacía tiempo que habíamos agotado los temas en común y pocas cosas quedaban ya por hablar. Un comentario sobre las casualidades, rebatido por otro sobre que las casualidades no existen, nos llevaron a la falsa promesa de llamarnos con calma, vernos de nuevo y ponernos al día. Nos despedimos con un apretón de manos que se prolongó un poco más de lo que marca la indiferencia. Había poca cosa que contar. El día a día de cada uno no deja de ser una sucesión de hechos vulgares que nada dicen a quien no los vive y, a veces, ni siquiera a ese. Continué caminando por la misma acera, acelerando un poco el paso y busqué en el bolsillo la lista de la compra que Brândusa me había entregado al salir de casa. Leí la nota que recogía todo un baile de productos de limpieza y una aclaración sobre las marcas blancas a las que no debía ni acercarme. Parecía un presagio. Me volví y ahí seguía, clavado sobre la acera. Pensé en acercarme, preguntarle si se encontraba bien, pero fue solo un instante. Sabía que no había nada que desandar, que mi futuro próximo se encontraba en el supermercado de la esquina. Nuestra historia común, prohibida entonces, había ocurrido hacía demasiado tiempo y, ahora, cada uno en su sitio vivía lo que le correspondía y, en aquel momento, lo que me correspondía era comprar las cuatro cosas que aquella mujer, que procuraba que mi vida no se convirtiera en un auténtico desastre, me había encargado. Brândusa había sido uno de los pocos aciertos en los últimos años. A diario me cruzaba con ella en el portal, trabajaba en casa de los del tercero. Por mi aspecto desastrado, sin afeitar, arrugado y un tanto encorvado, debí de darle una pena tremenda, la misma que un penco viejo, como dijo. Se ofreció a pasar por casa y echarme una mano por un precio razonable. Convenimos unas horas a la semana y, desde entonces, aunque mis hombros siguen en el mismo sitio, mi semblante ya no es el de un impresentable. 
Pagué y salí a la calle. Pensé en dar un rodeo, bajar unas cuantas manzanas y volver a subir. Con esa vuelta evitaría otro encuentro fortuito que iba a dejarme mal cuerpo y con la sensación de que el pasado me pisaba los talones. Empezaba a hacerse tarde pero necesitaba volver al presente. Caminé cargado el peso de la bolsa de la compra. Me puse nervioso. Cambié de dirección, entré en un bar y pedí un café mientras fingía leer el diario. Me repetí, con el sonido de fondo de las noticias de la mañana, que la memoria es engañosa. Rocé con la punta de los dedos la palma de la mano y convine, conmigo mismo, que somos mucho más frágiles de lo que creemos y que el tiempo es una mera convención que no rige en la cabeza.