jueves, 6 de agosto de 2015

LOW COST



«Se me escapa la risa, Jean. Lo has adivinado, la frase me encanta y ahora no estoy más 
que reprimiendo mis deseos de abalanzarme sobre ella y hacerla inmediatamente mía».
Enrique Vila-Matas



En la sala de espera apenas  tres o cuatro personas. Miro alrededor y empiezo a pensar en cómo entretener las dos horas que permanecerá en sus manos y yo sentada aquí. Me recomiendan que vaya a tomar un café, a desayunar si no lo he hecho ya, o incluso a darme una vuelta, pero no me muevo, hay aire acondicionado y una pantalla de plasma que va alternando imágenes de la sabana. Llevo un libro en la bolsa, el móvil (del que no voy a hacer uso, no hay cobertura) y una ventana. No puedo pedir más o sí, y puestos a pedir podría pedir un billete de avión en una compañía que no huela a low-cost, sobrevolar media Europa y aterrizar allí donde tenga a bien el piloto, que escoja él siempre que sea un destino fresco.
Llueve en Bruselas, o algo así. En la  televisión aparece un león y antes de que el compañero de bancada empiece a hacerme apología de Cecil (el famoso león muerto a manos de un dentista americano), me coloco los auriculares simulando que escucho algo, aunque en realidad no escucho nada, aquí no hay cobertura, ni nada que se le parezca. Con los oídos amortiguados intento leer, pero me he dejado las gafas y de un tiempo a esta parte la presbicia me tiene en un sinvivir. Así que vuelvo al ejercicio anterior, sobrevuelo el cielo europeo y como si fuera una paloma en son de paz le entrego una ramita de olivo que se coloca entre los dientes y masca con cierto rencor porque no hay paz que valga. Ya lo dijo Ezequiel, o alguien con un nombre igual de tremendo.
Suena un timbre y las enfermeras empiezan a correr. En la pantalla, el león arranca a dentelladas los restos de algo que parece una hiena y me entra basca.
En el mostrador ya no queda nadie pero yo necesitaría un optalidón y un poco de Agua del Carmen rebajada. Soy una antigua, está claro.


1 comentario:

  1. Como en Johnny Guitar, qué más se puede pedir a ciertas horas que un optalidón...
    Siempre es una delicia leerte, Anita.
    Un abrazo.

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