¿Fue posible que yo no te supiera cerca de mi,
perdido en las miradas?
Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.
Jaime Gil de Biedma
Llevar la casa acuesta porque destino manda, y unos días
vives aquí, otros un poco más allá y al final, como si de una vuelta al mundo
con retorno retardado se tratara, vuelves al hogar, a esas cuatro paredes que guardan la
esencia de la vida, de tu vida para saber que todo sigue en orden, todo sigue
donde debe. Y es ahí, en el lado seguro de tu vida, donde la provisionalidad de
todas esas casas en las que te vas acomodando, con la carga que siempre preside
lo ajeno, se va tornando fina, casi un modo de vivir que deja de espantar.
Este fin de semana, bajó la temperatura, los pies helados y la garganta protegida porque siempre sufriste por el mismo costado. Aquí es posible ver el vuelo de algunas rapaces, el rompiente del amanecer apenas aturde. Vivimos al borde de una ficción que siempre se quiebra en el último momento, como en aquella película que aún ronda por encima de la mesa del estudio, esperando el momento oportuno para volver a perderse en ella.
Se acerca el frío, y entre las manos, las ganas de que nada nos deje indiferentes y en tus ojos, la vida entera.
Este fin de semana, bajó la temperatura, los pies helados y la garganta protegida porque siempre sufriste por el mismo costado. Aquí es posible ver el vuelo de algunas rapaces, el rompiente del amanecer apenas aturde. Vivimos al borde de una ficción que siempre se quiebra en el último momento, como en aquella película que aún ronda por encima de la mesa del estudio, esperando el momento oportuno para volver a perderse en ella.
Se acerca el frío, y entre las manos, las ganas de que nada nos deje indiferentes y en tus ojos, la vida entera.
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