A veces deberíamos poder dar marcha atrás y ser como cuando éramos niños pequeños. Cuando teníamos miedo y nos escondíamos bajo la colcha, nos acurrucábamos hasta convertirnos en un ovillo.
Nos protegíamos de los miedos y piratas del mundo con nuestro propio cuerpo esférico. Pensábamos que nada nos podía pasar bajo la apariencia de “bicho de bola”.
Hoy ya no nos podemos esconder bajo la colcha, ya no nos podemos convertir en bolitas recogidas sobre si mismas. Todo es muy distinto. Ya no tenemos miedo a que llueva, ya no nos dan miedo las tormentas, ya no nos da miedo no sabernos la lección. Hoy todo es mucho más difícil.
Hemos crecido, hemos perdido la inocencia, y hemos pasado de convertirnos en “bichos bola” a transformarnos en diminutos caracoles, un ejércitos de caracoles, que van con su casa todo el día a cuestas. Nos construimos un caparazón a base de decepciones y tristezas, y allí es donde nos encerramos cuando el miedo nos aflige, las penas nos rodean y necesitamos reunirnos con nuestro propio yo. Y así vamos por el mundo, transitando como un ejército de solitarios que a ratos comparte su vida con los demás, con esos otros solitarios que de vez en cuando salen de sus caparazones para curtir sus almas al sol.
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