jueves, 2 de agosto de 2012

ORIGAMI MON AMOUR



No solo de pan vive el hombre, de vez en cuando también necesita un trago.
Woody Allen

Podríamos inventarnos que no nos conocemos, que durante semanas, a medianoche, nos cruzamos en el pasillo apenas iluminado por un neón camino de la máquina expendedora de botellines de agua mineral y que allí, furtivamente, cruzamos la mirada huidiza de los insomnes sin decirnos absolutamente nada. Y así, perdidos como Bob y Charlotte, descubrimos, esperando simplemente agua, que las afinidades se generan incluso desde la abismal distancia que separa a Marte de Venus. Pero nos falta una inmensa habitación de hotel, cruzar más de dos silencios cómplices y una ventana desde la que ver amanecer en Tokio. 

Tecleas organizando una vida entera, casi a oscuras, olvidando el cigarrillo que cuelga asomado al vacío desde la esquina de la mesa y que se consume sin que lo acerques a tus labios ni una sola vez. Tú enredado en tu teclado, en silencio. Yo enredada en el mío, en idéntico mutismo. Sin cruzar una sola línea, ni una sola palabra, inventamos a la par, casi sin querer, la historia de dos tipos desconocidos perdidos en una ciudad a la que no hemos dado nombre, que se encierran en una habitación de hotel con una botella de agua y arrinconan la soledad mientras abandonan el mundo componiendo figuritas de origami hasta el amanecer. Como tú, como yo. 



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