"No hay nada permanente, no hay nada definitivo en este universo".
Te escuché trastear
en la cocina, arrastrar los pies buscando con una paciencia infinita las gafas que
perdí bajo los periódicos, después de verme protestar y levantar todos los almohadones que a mi
paso iba encontrando. Y te oí tararear bajito, muy bajito, una melodía indescifrable que sólo tu conocías y que hasta anteayer
me crujía los nervios. Pero eso fue ayer,
porque hoy el silencio cae como una lluvia pesada, densa, que se arrastra por
cada rincón de esta casa y al caer me
disuelve hasta convertirme en nada. Los sonidos del pasado se han impregnado en
las paredes.
Me abrazo a lo poco
que queda, como si un trozo de lana conservara el calor del que lo vistió, pero
ya no huele a nada, solo a tristeza.
De poco sirve
imaginar que saliste de viaje. Sé que ya no habrá más lunes, ni martes, ni ningún
otro día que dos timbrazos secos me vuelquen el corazón. Te fuiste sin querer. De
nada sirvió imaginar mañanas, ni trazar palabras que forjaran a nuestro
alrededor una muralla que nadie pudiera cruzar. De nada sirvió que te
prometiera que sobre nuestros hombros descansaría el peso del mundo, de nada
sirvió que te rieras de mis absurdas promesas.
He heredado una
casa hueca, un jersey viejo y la promesa a una losa de que no demasiado tardar
me retiraré al fresco de la noche para que puedas irte de verdad, porque tu
sitio ya no está entre los vivos.
Buen relato, me ha llegado de verdad.
ResponderEliminarTe sigo.
Pásate si quieres.
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Muchas gracias Jesus.
ResponderEliminarMe paso.
Saludos
Qué bonito. Un poco tristísimo, eso sí.
ResponderEliminarLa vida mesme que diría aquel.
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