¿Qué nos ha pasado Ralph? ¿Sabes cómo ha empezado todo esto?
Raymond Carver
Raymond Carver
Ahogó el principio de un sollozo con un trago largo. No se movió. Miraba el mármol como si las vetas fueran un mapa que descifrar para no perderse de nuevo. Pero puede que fuera lo extraño de la situación, los papeles invertidos por una vez, lo que pudo más y, de modo inesperado, se encontró rodeándole con los brazos mientras murmuraba sobre lo paradójico de la situación.
Al llegar se había sentado a su
lado, en el banco, ni una silla rodeando la mesa. Entonces pensó que la
posición era ridícula, uno junto al otro es cosa de escolares, pero allí la lección
estaba toda aprendida, apenas quedaba nada por decir. Miró las paredes que un
día fueron color albero, buscó las vetas que el tiempo había impreso erigiéndose
en un mapa indescifrable. Un juego del pasado que perdió la gracia cuando el
trazado se dividió en dos. Reconoció las fotografías, bebió intentando
recordar, pero había olvidado quién era quién y ahora la presbicia, no sólo de
sus ojos, no ayudaba demasiado. Tampoco importaba, el pasado sólo
existe mientras uno lo recuerda.
Y allí se encontraba, sosteniéndole, una vez más, ante las contingencias de la vida, de una vida que no sabía por dónde andaba.
¿Cuánto hacía desde la última vez? Mucho, o tal vez, no tanto. Ahora se alegraba
de tenerle cerca, de que el tiempo se hubiera detenido sin habérselo pedido y de que la neblina prohibida del tabaco ocultara, a la vista de otros, que
desde hacía ya algún tiempo las barreras habían empezado a caer. Sabía
que se arrepentiría pero, aún así, dejó que su cabeza buscara refugio en su pecho. El vaho de su cabello tibio
empezó a marearle y el corazón se ralentizó. Comprendió que lo que se deslizaba entre
los pliegues de su jersey era la vida misma, húmeda, doliente y que, apostando
a ganador, había vuelto a perder.
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