"Con
palabras, como sueños, quemadas por la vida,
esta noche de lluvia hablo
contigo,
trato de hablar al menos, ligeramente ebrio".
¿Hablamos?
Empieza así lo que al poco de comenzar se convierte en un monólogo en el que apenas
dices nada, puede que dos palabras tristes que suenan como reproches que en
realidad no lo son. Te das cuenta y tratas de hablar lo menos posible porque
ese “¿Hablamos?” llega demasiado tarde y porque “su hablamos” y “tu hablamos” no es el mismo.
Y mientras le
escuchas, aprietas los labios, agrietados, muertos, porque sabes que en cualquier
momento, sin saber qué es lo que está diciendo, acabarás esparciendo las
horas, los días que hace que le echas de menos. Y te quedas desmadejado frente al otro, y aunque
le oyes ya no le escuchas porque te preguntas ¿Qué tiene todo eso que ver
conmigo? Y la cabeza se va lejos, muy lejos, puede que a Marte, o a ese otro
sitio que sólo existió en vuestra mente, ese lugar al que no necesitabais
ponerle nombre, bastaba con que existiera, y existía para uno mientras estaba
junto el otro, y el otro junto a uno. No hacía falta nada más.
Y lo curioso es que mientras su voz se cuela por
tus oídos sin entender nada, ves, sin querer ver, sus ojos perdidos en
miserias que no te corresponden, y no puedes dejar de pensar en planetas raros,
en lo fácil que es construir castillos de naipes y en los doblemente sencillo
que es demolerlos soplando a sus pies.
Alguien
tiene que pagar. Sacas unas monedas acuñadas
en galaxias mentales que un día pisasteis y las lanzas sobre la mesa mientras
una voz, que esculpe razones que ya no son tuyas, se pierde por el universo.
Llega un momento en que ya no hay nada que contarse.
ResponderEliminarDe nada vale que se esté al lado si la mente anda lejos.
Saludos.