"Que no te quedes sola allá en tu cielo,
que no te falte yo como me faltas".
La suerte es azarosa. Quiero decir que la suerte no es algo
que uno pueda ponerse a buscar y que, después de cierta dedicación y entrega a
la cuestión, se convierta en una fiel compañera. La fortuna es escurridiza, juguetona e infinitamente infiel. Sin embargo, algo
debe existir en cada uno, algo que llevamos impreso en lo que nos
gobierna, sin que sepamos de que se trata, que nos enmienda la plana y nos
libra de situaciones penosas.
En el esquema interno siempre me cojea un renglón. Acostumbro a calzarlo
como puedo, a veces con bastante poco acierto. Sin embargo, puede decirse que tengo
suerte. No son pocas las veces que estoy a punto de bajar la guardia, de sembrarme
la propia duda sobre una pesada realidad que afirma, de un modo tozudo, que no
hay historia, buena o mala, que cien años dure. Por eso en ocasiones estoy al borde de creer, contrariamente a lo que la razón apunta,
en la reconciliación de lo irreconciliable: el agua y el aceite; el azucar y la sal. Pero es la buena estrella la que al final, con
un detalle mínimo de semblante casi insignificante, devuelve las cosas donde
deben estar y evita perdidas de tiempo con renglones que ya no hay quien los enderece. Simple cuestión de suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario