"El ruido de las carcajadas pasa. La fuerza de los razonamientos queda".
Si
sobre algo no hay duda es sobre el hecho que cuando venimos al mundo lo hacemos
siendo hombres o mujeres. Es una clara cuestión física que con el tiempo se
deriva hacía otros terrenos más pantanosos, menos evidentes y, en ocasiones, más fácilmente maleables.
Ante esta realidad física, sobre la que no caben más disquisiciones, cada uno
se coloca donde quiere, prefiere, siente o escoge, pero la realidad es que el
ser humano, al igual que el resto de mamíferos del reino animal, nace
perteneciendo al sexo femenino o masculino, no hay más. Vaya por delante que
la palabra “género” aplicable al ser humano no me ha gustado nunca para
referirme a mis congéneres de especie.
Durante
la pasada semana tuve la oportunidad de participar en unas jornadas sobre
feminismo, su transformación y nuevos retos. Como no podía ser de otro modo, se
habló del movimiento FEMEN como uno de los más revolucionarios, de los más
activos. Y yo añadiría de los menos claros, de los menos identitarios, de los
menos transformadores, aunque sí de los más mediáticos por obra y gracia de un
par de pechos bien puestos. FEMEN nació hace poco más de seis años en el contexto
de la sociedad ucraniana y la problemática de la explotación sexual de las
mujeres ucranianas.
Femen
Posteriormente, este movimiento, se ha extendido más allá
de sus fronteras pero, aun hoy, salvo su “el
aborto es sagrado” que gritaron Lara Alcázar y Inna Shevchencko en el patio
del Congreso de los Diputados, poco más sabemos de este movimiento en España, de sus reivindicaciones.
Al punto de lo anterior, de su actuación en el Congreso, y para reflexionar,
destacar la absoluta contradicción entre la alusión al “sacrosanto” derecho
invocado por las activistas a la interrupción voluntaria del embarazo y la
oposición frontal a cualquier tipo de ideología religiosa que manejan. Prefiero pensar que
aquella consigna tan vehementemente gritada y contradictoria con la ideología
laicista de FEMEN no es más que un pecado de juventud, o de falta de formación y
rigor de quien decidió saltar a la palestra sin ser demasiado coherente. Mal favor a su reivindicación.
Inna Shevchencko
Sobre
el movimiento feminista se ha escrito mucho, se ha dicho más y se dirá mucho
más. La búsqueda de una sociedad
igualitaria, en la que mujeres y hombres no tenga parcelas de poder distintas
en función de su identidad o condición sexual, en la que la mujer sea algo más que un recipiente más o menos bonito que guarda un cerebro plano y no tiene opinión, en la que los roles sociales, de autoridad,
familiares, culturales y económicos no se establezcan en función de lo que cada
uno guarde detrás de su bragueta, no es algo de nuestra época moderna, de
nuestro recién terminado siglo XX y comenzado siglo XXI. Hay que remontarse a los años de la
Ilustración, rebuscar en los escritos de Christine de Pizan en donde ya se pone de manifiesto los agravios de
una sociedad patriarcal. Podemos continuar con Olympe de Gouges que elaboró, a finales del siglo XVIII, su "Declaración de los Derechos de la Mujer y la
Ciudadana" frente a la declaración de los “Derechos del Hombre y de la
ciudadanía” producto de la revolución francesa. No menos conocidos son los
movimientos sufragistas de la Inglaterra de finales del siglo XIX con Emmeline Pankhurst, o a las activistas de los movimientos americanos, como Lucretia Mott o Lucy Stone, contemporáneamente, por poner un ejemplo, Simone de Beauvoir. Podemos poner
cientos de ejemplos de mujeres que desde su contexto y realidad histórica
trabajaron, en unas más que limitadas condiciones, en
pro de una igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
Simone de Beauvoir
En España disponemos de grandes ideólogas del
pensamiento feminista. Concepción Arenal, Margarita Nelken, Victoria Kent,
Clara Campoamor, Emilia Pardo Bazán, María Telo, Celia Amorós, Rosa Montero entre
muchas otras.
La sociedad ha evolucionado y muchos de aquellos
problemas y reivindicaciones iniciales –igualdad de trato, derecho al sufragio
activo y pasivo, etc.,-son una realidad en los países de la gran Europa o de
los EEUU, pero no así en otros lugares del mundo donde, aún hoy en día, la
desigualdad entre hombres y mujeres es tan absolutamente brutal que su ejercicio,
el de la desigualdad, constituye uno de los atentados más graves a los derechos
humanos de las mujeres.
María Telo Núñez
Sin embargo, en nuestra sociedad actual, en la
del mal llamado primer mundo, la tercera ola del feminismo está por romper
otros muchos paradigmas de la desigualdad de trato. Falta aún mucho para que
los techos de cristal con los que se encuentran las mujeres que acceden a
puestos directivos (por su valía, no por las cuotas), por llegar a una
verdadera conciliación entre la vida laboral y la familiar (en la que la
conciliación sea cosa de todos y no sólo de las mujeres) y falta otro tanto para
que las diferencias reales y existentes entre hombres y mujeres se conviertan
en una fuente creativa y no de discriminación mediante la imposición de
conductas totalitarias, desequilibrios injustificados. Necesitamos una transformación de roles
sociales.
Queda mucho por hacer bajo la actual apariencia de igualdad, igualdad que aun hoy no es cierta y real en todos los ámbitos. Y son muchas las
estrategias desde las cuales hay que llegar a implementar políticas trasversales
en pro de ese trato igualitario, sin discriminación por razón de sexo,
orientación sexual, raza o religión.
Sin embargo, aún hoy, cuando somos muchas las
mujeres que trabajamos para que la igualdad sea una realidad, para que el
conocimiento, la valía personal y profesional sea la que prime a la hora de promocionarse
en el ámbito profesional y social, somos muchas, también, las que descartamos
como elemento de reivindicación la exhibición de un cuerpo desnudo, sobre todo cuando esas
muestra de un cuerpo, perfecto o imperfecto (da igual), van absolutamente hueras de un fundamento que permita a todas las mujeres, y a los hombres también (sin
ellos, sin su concienciación e implicación
directa, esta es una batalla perdida), sentir aquellas reivindicaciones como
propias, exhibición vacía que nos convierte, contrariamente a lo que parece, en meros objetos
de exhibición vana, porque la apariencia o diferenciación física, hablando de derechos, debe de
ser meramente anecdótica.
Interesante tu punto de vista...y valiente. Puede que políticamente poco correcto en los ambientes feministas. Enhorabuena.
ResponderEliminarPoco correcto solo para aquellos grupos que pretenden apoderarse de algo que no les es propio en exclusiva. Por la igualdad se puede trabajar de muchas maneras, algunas más serias y consistentes que otras. Muchas gracias por leer. Un saludo.
ResponderEliminarLo anecdótico del espectáculo. Gran reflexión, ojalá tu coherencia anidara en muchas mentes. Y gracias por ella, el camino de la mujer que no congrega con lo establecido es muy solitario, estoy segura que muchas de nosotras después de leerte no nos sentimos tan solas. Un abrazo.
ResponderEliminarPues eso espero, pero estoy convencida que lo que digo lo pensamos muchas, pero hoy en día si no te sumas a lo escandaloso, a lo rimbombante y contra todo, parece que no vale nada, o que eres un facha o cosas así que a veces tengo que oir. Muchas gracias a ti Judit.
ResponderEliminarCreo que sé a qué te refieres, a veces contra el discurso dominante surge un contra-discurso que se rige por los mismos mecanismos que el dominante, y no se percibe el peligro que conllevan estos mecanismos. La mayoría "rebelde" ignora entonces que hay un camino intermedio que es el del sentido común, el mismo al tú apelas, pero claro entonces ocurre lo que dices, que si facha, que si machista, etc. Apliquémoslo al feminismo, a la lucha de los obreros (huelgas,...), nacionalismos,... En fin, no acabaría. Encantada de leerte.
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