"Mucha gente vive en un vacío, pero hay que tener
mucho valor para ver la desesperanza".
Los días que hace buen tiempo, salgo a dar un corto paseo para despejarme la
cabeza. El otoño es una estación estupenda para caminar sin prisas. Un par de
vueltas largas a unas cuantas manzanas, cambiando de aceras al mismo ritmo que
las luces de los semáforos, sirve para poner patas arriba u ordenar lo que sea que
llevas dentro. Caminar para enfilar, al cabo de unas cuantas calles más, el
callejón que te lleva a la última parada, casa. Al llegar, algo dentro te recuerda un
lejano ”salvada” con el que terminaba el juego.
El invierno aun queda lejos, pero esta calma
es engañosa, no se oyen las gaviotas, no se huele el mar. Un repentino aire fresco me
acompaña a cada paso, no se ve un alma. Tardes así son el preludio de otras que
vendrán cargadas de frío, que me acobardarán hasta convertirme en cautiva de
las capas de lana con las que intentaré sobrevivir un invierno más. Pero para
eso, aun falta que el tiempo se vuelva más estúpido y peleón. De momento, y
mientras llegan esos días, si hay suerte, aun es posible vagabundear con las manos en los bolsillos y los oídos ocupados, entre los edificios de un distrito que los fines de semana parece necesitar de una urgente reanimación.
Intento memorizar,
sincronizándolo con cada paso que doy, con cada acorde que escucho, el discurso de una
charla para el martes. Tengo la cabeza perezosa, las manos frías, la vista cansada
y cierta tendencia a dispersarme. El desplome de la
última luz de la tarde por el lomo esquinero del edificio que tengo frente a mí,
me despierta de cierta torpeza personal.
Aprieto el paso, tengo frío aunque el
invierno aún no ha llegado.
Pronto llega el invierno.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, muy pronto. Bss
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