No solo tiene los pies en la tierra, todo el cuerpo, como
las serpientes.
Iñaki Uriarte.
Al salir de una reunión, y por casualidad,
veo al otro lado de la calle a alguien a quien conocí hace ya tiempo. Camina
con la vista al frente y los hombros ligeramente encogidos. Por un momento,
antes de girar la esquina, se vuelve y, sin gesto alguno, sigue caminando
dejando atrás de sí la fatigosa estela del que se sabe cansado. La conciencia a
veces pesa y pienso que incluso regala espaldas encogidas. Podía haber
levantado el brazo, haberle saludado y roto el muro que el tiempo ha ido forjando, pero la falta de ganas de entrar en
frases banas y en explicaciones peregrinas hace que el brazo continúe sujetando
la cartera mientras me despido de los que me acompañan. Intento hacer memoria
y recordar los años que han pasado desde la última vez que nos vimos, pero no lo
recuerdo. La mente es selectiva y la vida más. Cerca de Atocha entro en un bar para tomar un
café, hacer una llamada y calentarme el cuerpo. El tiempo pasa y, aunque no cambia nada, todo lo relativiza. Hace
frío por aquí y el tren me espera.
Cuando vuelves a ver la cara de la gente que no has visto, la mayoría tenemos cara de solete, la sonrisa pónsela tu como quieras.
ResponderEliminarNo sé si es así, pero escrito queda mono.
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