martes, 3 de diciembre de 2019

CALCETINES



Wiktor: ¿Puedes explicar por qué no viniste ese día?
Zula: Sentí que fallaríamos. Quiero decir, no es que no podamos escapar... Pero es algo sobre mí… que soy peor.
Wiktor: ¿Cómo es "peor"?
Zula: Peor que tú... No es lo peor en absoluto. Sabes a lo que me refiero.
Wiktor: Yo no. Sé que el amor es el amor, eso es todo.
Zula: Yo sé una cosa… No huiría sin ti… No camines más lejos.

Cold War




Al salir a la calle me cruzo con un tipo al que creo reconocer. Camina rápido y solo llego a verle, de una manera clara, la espalda. Lleva un paso rápido  y un movimiento de brazos tan particular que, por un instante, tengo la tentación de salir corriendo detrás para alcanzarle y salir de la duda que ahora, parada en mitad de la acera, sé que no voy a resolver. En pocos los segundos me he perdido por dentro y, sin apenas darme cuenta, he retrocedido tanto tiempo atrás que, al volver de nuevo a este momento, siendo un poco de vértigo.  Y me doy cuenta de que llevo parada más tiempo del que puede parecer normal y me extraño de que nadie se haya tropezado con el pasmarote en el que me he convertido por unos momentos. Camino con la cabeza a demasiados kilómetros de aquí, preguntándome qué habrá sido de su vida. Pero no hay ataque de melancolía que resista demasiado tiempo y pienso, casi como el que no quiere la cosa, que a estas alturas ya no le debe quedar flequillo que le cubra los ojos, ni coplas enquistadas tan dentro que aparecen cuando uno ya no puede con la vida. Pero ni su vida, ni la mía, ni la de nadie, resisten el paso del tiempo. Como tampoco lo resisten los recuerdos, ni el devastador sentimiento de la pérdida absurda. La vida sigue, aunque al final, de vez en cuando, el gesto de un desconocido te dé la vuelta como un calcetín y acabes con la absurda certeza de que en algún sitio, en ese mismo momento, alguien se está acordando de ti.









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