"Hoy, el gusto por el defecto es tal que sólo parecen geniales las imperfecciones y sobre todo la fealdad. Cuando una Venus se parece a un sapo, los seudoestetas contemporáneos exclaman: ¡Es fuerte, es humano!".
Salvador Dalí
En esta ciudad se va
perdiendo todo. Ya no solo no se cuida a la gente sino tampoco el entorno. La fealdad
como lema se impone a fuerza de patadas hacia delante y mollera corta. Nada se cuida, todo se pudre. Hasta lo más pequeño y lo más banal se
ha convertido en un corcho insensible que soporta la falta de sentido común, intentando no hundirse mientras unos cuantos la empujan hacia el
fondo. Pararse en cualquier esquina, mirar alrededor e intuir que por detrás de la runa, de lo global, de los cientos de carteles y pintadas que disfrazan cualquier rincón, se esconde algo apetecible,
interesante, ligeramente magnífico. Pero lo feo lo tapa todo. Ya no nos pertenece
nada, ya no nos representa nada. Ni las avenidas, ni la callejuelas, ni el rincón que amaga una
fuente que hace cien años ya estaba allí. Nada, lo hemos ido perdiendo todo a
golpe de convertir la ciudad en un escaparate hortera que se estropea, más a un
si cabe, a mano de los que son incapaces de respetar lo común, lo propio. Pintamonas de salón. Apostarse en una acera, ver la vida pasar y anotar,
para que no quede duda, que algún día alguien tendrá que explicar que ésto era
otra cosa y no lo que ahora vemos.
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