domingo, 8 de diciembre de 2019

PETARDEAR





“Cuando a un hombre la vida le resulta tolerable sólo si permanece en la superficie de sí mismo, es natural que se sienta satisfecho obteniendo esa misma superficie de los demás. Tiene que responder pocas demandas y no necesita comprometerse".
Paul Auster




Veo las noticias desde el sofá, con una indolencia absoluta, y el brazo en cabestrillo desde hace tres semanas. Aparece la niña en el televisor, chasco la lengua. ¡Qué pena da todo! Me rasco la cabeza como puedo. Hace un par de horas, Jaime se tapaba los oídos con desesperación, el ruido es demasiado para él. Se activa por la escandalera de una sencilla comida familiar, saltando sin control y golpeando a patada limpia la silla de su prima. Vuelvo a la televisión, la capucha que le tapa la cabeza no es suficiente para protegerla de la exposición a la que está sometida y que, mal que nos pese, no acabará bien. Cierro el televisor y enmudezco las noticias de puro hastío.  No es que no me interese la ecología, ni el cambio climático, ni el maltrato que sufren las mujeres, ni todas esas cosas por las que hoy en día hay que posicionarse, con grandes aspavientos mediáticos, si no se quiere ser tildado de no sé cuantas cosas. La última con la que me han coronaron es la de transfóbica. Es lo que tienen las redes sociales, que se está expuesto a que cualquiera, sin tener ni idea de quién o qué eres, te califique y te señale con el dedo para ponerte en una  falsa evidencia que te importa un carajo. 
Cada vez me importan menos cosas, pero las cosas que me importan me importan mucho. Creo que hace demasiado que vengo repitiéndolo como si se tratara de un mantra, pero ahora ya es una realidad absoluta. Por eso me importa un comino el pensamiento único, los malhumorados, los necios, los bienqueda, la equidistancia y toda esa sarta de productos reciclados que intentan colocarte a la que te descuidas. Por el contrario, algunas cosas me importan mucho, muchísimo, tanto que muchas veces me quitan el sueño. Me importa Jaime, y que crezca feliz; me importa mi madre a la que en plena vejez se le han muerto sus dos mejores amigas dejándola más sola que nunca; me importa mi familia; mi trabajo; mi parcela de intimidad que cultivo con esmero; y mi capacidad para echarme a la espalda lo que nada me aporta y olvidarlo con facilidad. Por eso, sin mayores pretensiones voy a sacar a pasear al perro con los auriculares puestos y Sophie Auster por compañía, y el brazo en cabestrillo, que es lo que se lleva ahora.




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