«Cuando intentas evitar algo, es precisamente este esfuerzo lo que te ayuda a hacerle frente. Sé valiente, Manuela. Lo primero que ve es la reverberación de la brasa, y una voluta de humo, que se enrosca y se pierde en la noche».
Melania G. Mazzucco. Limbo
Cada dos años emprendo una campaña que va destinada a deshacerme
de aquellas cosas que acumulo y que durante ese tiempo no han salido del lugar en
el que fueron confinadas. La tendencia a la acumulación solo se cura haciendo un
esfuerzo, casi infinito, por corregirla. Desprenderse a veces duele, pero no es peor a
que te parte un rayo, o que se hunda el suelo del apartamento. Vivir en una casa pequeña siempre es una ayuda a la hora
de emprender la batalla del “menos es más”. Pero hay algo de lo que deshacerse es difícil, los libros. En casa se acumulan por todas partes, en las mesas, las
estanterías, los armarios, la cocina, el baño y por pilas en el suelo del salón y de las habitaciones.
A veces, casi sin querer, aparece un amontonamiento de difícil equilibrio que rellena el poco parquet que queda al aire. Cruzar por su lado, para correr la cortina
que nos protege del vecino cotilla, es una actividad de riesgo que puede terminar en derrumbe. Pero, aun así, no pasa una semana sin que lleguen
a casa ejemplares recién descubiertos, recomendados, reciclados, regalados,
abandonados por otros. La invasión es casi total y la falta de afición al libro
digital solo ha venido a complicar, en extremo, la cabida en casa. Pero reunir libros no siempre implica leerlos y aunque en casa se lee, se lee como se puede y
donde uno puede, no todo puede permanecer aquí porque atravesar el
recibidor para llegar hasta al sofá puede ser lo más parecido a cruzar una pista americana. Por eso ha sido necesario llegar a un acuerdo, establecer unas normas que nos salve del aplastamiento y de la confusión. Desde hace un tiempo, todos aquellos que no nos han gustado, que nos han regalado y que
jamás leeremos, van directamente a la tienda de segunda mano. Ellos hacen
negocio y aquí ganamos espacio. Aun así, estamos a un metro cuadrado de ser devorados sin solución.
Somos letraheridos melancólicos que buscan en las
palabras, en los universos ajenos, el nuestro propio. El colapso asoma la patita y algo habrá que hacer, la política del "entra uno sale otro" no funciona, el desalojo no se
produce nunca. Porque mientras intentamos formar la columna de los que deben
partir, siempre llega una mano que lo rescata recordando que ahí, en no sé en qué
página, había un párrafo maravilloso que poco importa qué.
Ahora, desde mi mesa de trabajo, contemplo la
pila que cubre la esquina izquierda. Es lo que espera ser leído, lo que se
leerá cuando se pueda y cómo se pueda, y que una vez leído quedará reposando en otra pila, junto a la estantería ya llena, esperando su salvoconducto que, como casi siempre, llegará, al menos por un tiempo, salvo que antes explotemos
y ésto ya no lo salve ni Dios.
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