Las personas están atrapadas en la historia y la historia está atrapada en ellas.
James A. Baldwin
Hace algún tiempo apareció en la puerta de casa un tipo al
que no conocía y al que tampoco esperaba. Llamó con insistencia y al abrir, sin
darme tiempo a nada, me tendió una tarjeta de presentación. La cogí de manera
automática, sin reparar en lo que me tendía. La intenté leer, entretanto hablaba sin parar:
Onésimo Percentil, Representante de "OPC Enterprise". Tan pronto la leí, la cogió
y la guardó en el bolsillo de su gabán. Le miré de la cabeza a los pies,
mientras se deshacía en un discurso que yo no escuchaba. Vestía un tanto raído,
con unas bolsas enormes enmarcándole las rodillas y un sombrero ajado en la
mano derecha, pero los zapatos, desencajando del conjunto, relucían de una
manera particular. Ningún dejado gasta su tiempo en lustrarse los zapatos. Me
vino esa idea y fue como si un interruptor se encendiera en mi cabeza. Empecé a
escucharle y, aunque parecía que me había perdido la primera parte en la que explicaba
qué era eso de "OPC Enterprise", la historia de cómo había llegado a Barcelona en
el 56 a lomos de un burro me pareció espectacular. Le dejé pasar. Entró en el
comedor con un maletín enorme que subió a la mesa con gran trabajo mientras yo
temía que se partiera por la mitad por el esfuerzo. Repartió unas cuantas cajas
ahora ya en un silencio sepulcral. Cada vez que dejaba una, apoyaba las manos
sobre ella con una delicadeza que no dejaba de llamar la atención. Me invitó a elegir
una. Siguiendo el juego en el que había entrado sin querer, escogí la primera
que había colocado, esperando que dijera alguna cosa. Pero no fue así. Recogió las
desechadas, la colocó nuevamente en la maleta, cogió el sombrero de la silla
en que lo había dejado y con un golpe de tacón, tan trasnochado como el aspecto
de su gabardina, salió de casa dejando la tarjeta sobre la consola de la
entrada. Sin salir de mi asombro, estuve mirando la caja durante unos minutos.
Pensé en abrirla hasta que escuché el sonido de la cadena del baño de mi vecino
que me devolvió a la realidad después de aquella situación tan extraña. Cogí la
caja sin saber qué hacer con ella. ¿Cómo se me había ocurrido la chaladura de dejar entrar en casa a aquel tipo y de aceptar que dejara aquello
que a saber qué contenía? Igual había una bomba, o el trozo putrefacto de una mano. Nada bueno podía haber, o sí, a saber, pero no iba a correr el riesgo. Me puse el abrigo sobre el pijama, coloqué la caja en
la cesta de la compra y la bajé al contenedor. Al subir, vi la tarjeta y la leí de nuevo. Onésimo
Percentil, parecía un nombre sacado de una película de los años cuarenta aunque el tipo también lo parecía. No había ningún teléfono, ni
dirección postal, ni correo electrónico. La pegué en la puerta del frigorífico
y la remiré. Bajé de nuevo a la calle, la caja seguía junto al contenedor. La
recuperé y allí mismo, asumiendo el riesgo a morir despedazada, la abrí. Nada, dentro no había nada, pero a mí, sin
quererlo, ya me había atrapado. Me pasé las siguientes semanas buceando por Internet intentando saber algo de aquel tipo y de aquella "enterprise". No tuve éxito.
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