Con la llegada de la primavera, siempre tienta el cambio de look. Si se ha pasado el invierno escondido en la gruta, cumpliendo con el sueño de la marmota, y cubriendo los huesos con la capa adiposa que San Pizza Hut nos ha enviado, la llegada del solete nos anima a salir a la calle y al cambios de imagen. Pero ojo!!, el exceso de optimismo puede llevarnos a autenticas aberraciones estéticas.
Con los años, y unos cuantos desaguisados en mi cuerpo serrano, he aprendido a no dejarme ir, a controlar mis impulsos, para no pasarme el resto de la primavera y verano, llorando el arranque de novedad primaveral, lo cual no sería la primera vez. Hace algún tiempo sucumbí a la perfida idea de una peluquera asesina, de llenarme la cabeza de lo que se suponía eran una mechas claritas que, en mi melena castaña, quedarían monísimas. Horror, finalizado el arranque pictorico que le dió a la menda, parecía un cruce entre Maria Jimenez y la Pantoja de Puerto Rico, con el agravante que no tenía más solución que aguantar con esa cabeza de ardilla u optar por un rapado tipo Sinead O'Connor. Como consecuencia de aquel desaguisado me pase medio verano traumatizada, aguantando la broma de: Anita, ya sabes, rubia de bote, cho....morenote". Así que este año, cuando empecé a sentir el gusanillo del New Look, me tome una valeriana con un chupito de orujo, y me dije: Reina, vete a la cama.
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