Allá
por el siglo XVII, Lope de Vega escribió una obra de teatro llamada “El mejor
alcalde, el Rey”, para el que no haya
tenido el placer de leerla, brevemente, diré que se trata de un drama,
ambientado en la Galicia medieval, en concreto el Pazo de Tello, que narra el
abuso que sufren los habitantes de un
pueblo a manos del Señor de aquellas tierras, Don Tello de Neira. Los agraviados, en concreto
dos campesinos, Sancho de Roelas y Elvira de Aibar, que hallándose prometidos y
tras pedir permiso al Señor para casarse, sufrirán el acoso y abuso del
terrateniente que, enamorado de Elvira, la pretenderá hasta someterla a su voluntad y hacerle perder la honra. Ante tal agravio,
Sancho acude al Rey Alfonso VII quien mandará la ejecución de Tello, repartirá
sus tierras y ordenará el matrimonio de Sancho y Elvira recuperando ambos
lugareños su propia honra.
Lo
anterior se traduce, en palabras de hoy, en que la política local, sus
mandamases, eran un verdadero asco, que atendía a sus propias necesidades y
caprichos, convirtiendo a sus vecinos en
meros siervos a los que utilizaban como querían.
Todo esto, esta entradilla sobre la obra de Lope de Vega, viene a cuento de algunas
reflexiones que me hago ante la próxima modificación que de la administración local se
aventura desde el Gobierno de este país. Modificación que se articulará
mediante una Ley que, disfrazándola de lo que no es, la han denominado, al menos
en su proyecto, “Ley de racionalización y sostenibilidad de la administración
local”, ya veremos como la acaban
llamando.
El título, muy acorde con los tiempos de recortes que corren, encierra
una gran trampa que, como no puede ser de otro modo, se vislumbra en el
interior del texto. No seré yo quien diga que no hay que recortar, que administrar, distribuir y dejar de duplicar pero, como siempre,
se recorta por debajo, por lo necesario, olvidando meter mano donde se debe y no
donde se puede.
La Ley en cuestión (si el buen Diós, Alá o Pokemon, cada uno por su
cuenta o en comandita, no lo remedian),
supondrá el alejamiento del ciudadano de la administración local, la más
próxima, eliminando servicios esenciales que, con la coyuntura económica que atraviesa
este país, sufrirán los más desfavorecidos, las personas más vulnerables por su
situación de precariedad económica y riesgo de exclusión social, que son los que
precisamente necesitan de una administración cercana que ayude a paliar sus necesidades esenciales y perentorias. Por poner un ejemplo, en los municipios de menos de 20.000
habitantes (que no son pocos en este país), los Servicios Sociales, esos que
atienen a las necesidades más básicos de la gente, están destinados a
desaparecer, lo mismo que los servicios de apoyo a las víctimas de violencia, atención
psicológica a la infancia, etc.
Y no seré yo, repito, quien diga que no
hay que recortar y ahorrar, pero sí que seré yo quien diga que esos esfuerzos
económicos no deben quedar prendados de los más débiles, manteniéndose un limbo lustroso
de macro estructuras y politicastros cuya única misión es perpetuarse en un
escaño o un sillón en el que asegurarse el plato de lentejas, en su caso, de
caviar y marisquito del bueno. Hay que administrar con cabeza para que el dinero
fluya hacia donde se necesita realmente, hacia la ciudadanía.
Alguien se preguntará en este momento el porqué de la referencia a la
obra de Lope de Vega. La respuesta es sencilla, si aquella obra en lugar de escribirse entonces,
se hubiera escrito ahora, a buen seguro las tornas se hubieran girado y el “explotador”
en cuestión, habría sido el lejano “Rey” (traduzcámoslo aquí en Presidentes,
Diputados, Senadores, y cargos o puestos, electos o a dedo) y el “redentor” de aquellos pobres
campesinos deshonrados, la administración municipal, esa que se compone en
muchas ocasiones de Alcaldes y Concejales que trabajan, sin beneficio alguno, para sus vecinos,
estrujando presupuestos para poder llegar a todo, para becar donde haga falta y
hasta donde se pueda, mientras en las
macro estructuras: Diputaciones, Consejos Comarcales, Comunidades, etc., se dilapida el dinero en
absurdidades que terminan ahogando al pobre que cada día se levanta pensando
que va a ser de lo suyo y de los de sus hijos.
Corren malos tiempos para los ciudadanos de a pie, no les quepa ninguna
duda. Que alguien prepare papel y pluma y escriba una historia de nuevo.