“Es el pintor de lo que pasa cuando parece que no pasa nada".
Decías que hay un millón
de maneras de volar. Pero sigues con los
pies pegados al suelo. Ni un milímetro de aire entre los zapatos y la grava.
Parece que fuera ayer cuando embutías el filo de un cuchillo romo por debajo de la
puerta para despegar un guijarro huérfano de vete a saber qué, que la mantenía firme sin que se moviera un
centímetro de esa posición forzada. ¿Lo recuerdas? Así te veo yo, en cuclillas, resoplando por lo incómodo de la postura, por
la feroz resistencia de un trocito de piedra tonto.
Vuelves a andar con
los pies pegados a la tierra. Me lo cuentas y me dan ganas de pasar por debajo de tus suelas
el abrecartas con el que juego mientras te escucho. Puede que esas mil maneras
de volar en las que tú creías no existan, y que ahora ya lo sepas y que sea eso
precisamente lo que te tiene ahí clavado.
En el fondo, en realidad, solo exista una manera de volar,
y puede que esa única forma no consista en mover sin descanso las alas que no tienes, sino en asumir el riesgo de cerrar los ojos y dejarse ir.
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