"En la vida se puede ser todo menos un coñazo."
Hacia las doce de la mañana el timbre
de la puerta ha sonado y hasta las seis, el patio aun a medio calentar, se ha
convertido por obra y gracia de sus esponjosas inteligencias en el único lugar
en el que quisiera poder continuar cuando empieza a caer la tarde. Es un tiempo
limitado, como todo lo bueno, como el de los personajes literarios que se
inventa el primer invitado mientras busca un sacacorchos entre los tenedores
del cajón. Desentrañamos el calentón del mundo y repasamos las cuatro vidas que
llevamos a cuestas esperando al segundo invitado. No deja de ser paradójico que
dos sumen no menos de cuatro. Pero las matemáticas no caben en esta casa, no
caben en algunas cosas. Las ciencias exactas no son mías, ni ganas de que lo
sean.
Los refuerzos llegan en forma de
panchitos y de otro cuerpo que carga con dos vidas, también. Es el signo de
los tiempos. Desmigajamos lo que podemos y arrancamos, a destajo, algunas
espinas que nos escuecen.
El sol anda agazapado detrás de la buganvilla y perdemos la realidad de vista. Podríamos pensar que empezamos a
merodear la locura cuando siendo tres reconocemos convertirnos en seis, y la única silla que se mantiene vacía se
convierte en una improvisada tarima que sostiene unos cuantos folios que en
unos días correrán camino de la imprenta y nos convertirán en unos gilipollas
que se creyeron estar en disposición de enseñar algo, cuando ese algo ni
siquiera existe. Seis que volverán a ser tres para, en breve, convertirse de
nuevo, bajo nuevas locuras, en no menos de la media docena que ahora nos ronda.
Nos rascamos las entrañas hasta tocar
hueso. Vivimos en el eterno conflicto y quisiera
decir que no menos que otros, pero que en nuestro caso, además, y porque
tenemos muy mala cabeza, el de los otros nos atrae especialmente y acabamos
emborrachándonos de anécdotas a cual más exagerada, a cual más incierta.
Sé que no es la bodega, ni el sol que se
agazapa tras la tapia del patio regalando, a todo el que por aquí se arrima,
tardes frescas mientras en la calle se funde el asfalto. Quiero creer que es
algo que se cuece en la lengua, en la cabeza y, ¿por qué no?, en algún otro lugar del que escapamos para no
convertirnos en locos feroces.
Una situación existencialista. No sé si oíste hablar del gato de Schrödinger que puede estar vivo y muerto a la vez.
ResponderEliminarMenudo conflicto, sí.
Un abrazo y escribe mucho, Anita.
Lo del gato y la física cuántica es algo que me descoloca mucho. Un abrazo Kenit.
ResponderEliminarAnita, escribes para chuparse los dedos!!
ResponderEliminarUn admirado beso y como dice kenit, sigue escribiendo....
Muchas gracias guapa :)
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