Como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas.
Franz Kafka
Franz Kafka
Caminar por
las calles del pasado donde existieron cafés, algunas casas bajas y locales
sobre las que descansaba la diferencia del paisaje monotemático de las grandes
ciudades, que visten todas igual, en una mal entendida globalización estética,
y descubrir que solo existen huecos vallados, respiraderos urbanos junto a
edificios enfermos de monotonía, convierten el paseo en la constatación de la
muerte no solo de aquellos espacios singulares, sino del desmayo imperecedero de mañanas
originales que estaban por llegar.
Quisimos un
futuro ilusionado y entusiasta, esperábamos el máximo de lo que estaba por
llegar y nos cubríamos bajo la frisa basta de una esperanza comodona. Lo
quisimos todos y, en esa querencia querida, miles de fantasmas rondaban y hoy viven guarecidos entre las ruinas de aquellos
edificios que ya no existen y entre nuestros propios restos.
Y a cada
adoquín desencajado, un enfermo de soledad más, un gramo menos de levedad y el
tiempo que acumula el peso de enormes cadenas mientras el paisaje se vacía convirtiéndose
en liviana nada.
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