"Para usted que ya no la
tiene, la libertad es todo.
Para nosotros que sí, es meramente una ilusión".
Repaso la agenda mientras tomo el primer café de la
mañana. Hace apenas un mes había decidido abandonar la cafeína, sustituirla por
teína, pero mi esfuerzo no se ha mantenido más allá de los treinta días de
rigor y de la correspondiente desintoxicación impuesta a la fuerza. Cuatro notas
junto al día para recordar el contenido de los correos electrónicos que tienen
que salir, sí o sí, antes del mediodía; cancelar la hora con el dentista; comprar
las camisetas para el campamento de verano de los enanos, y telefonear a mi
hermana para que nos informe de las últimas noticias del oncólogo. Cierro la
agenda y me despido con un “hasta mañana y suerte”, del chaval que compagina las
tazas de loza con el "Mercantil"de cuarto. Antes de cruzar la calle miro a un
lado y al otro, los carriles bici que corren paralelos a la calzada, sin ninguna
otra delimitación que un línea blanca más que difusa, son siempre elementos de riesgo para los peatones que
andamos ensimismados en nuestras propias películas.
Me giro al
escuchar mi nombre, dos veces para ser exactos, y frente a mí, con el aliento
entrecortado, se para una mujer de unos veintipocos años. Su rostro me
recuerda vagamente a alguien, pero no soy capaz de identificarla. Algunas
indicaciones después, sé quién es. Nos despedimos, le deseo suerte, hoy empieza
sus prácticas en una empresa de publicidad, y en el aire queda suspendida la
promesa, que no se cumplirá nunca, de tomar un café la próxima vez que nos
crucemos.
Al llegar a la oficina, un sobre me espera sobre la mesa.
Son unas fotografías actuales que pedí a un colega, el recuerdo tremendo de algo que un día conocí y
del que ya no queda nada. Nada. Paso las
horas tecleando, contestando el teléfono y reordenando mentalmente la lista de
la compra; pensando en las llamadas personales que quedan siempre pendientes
porque ya no sabes qué decir, ni si lo que quieres decir tiene sentido, y
porque tampoco sabes si importa demasiado que te escueza parte de la carne que
te oprime el pecho.
A la hora de comer, bajo con Jaime. Dos ensaladas, dos
aguas, un par de cafés y el atolondramiento de media hora muerta que
aprovechamos para descalzarnos y aliviar la planta de los pies sobre el vecino césped
palaciego que se muere de pura contaminación. Mientras, como si no fuera con
nosotros, repasamos los números que deben permitirnos sobrevivir un tiempo más sin
hacer demasiados cambios. Al volver todo sigue en su sitio. La mesa, las
carpetas, las listas pendientes y miro el reloj esperando que la tarde pase
pronto, que las saetas se agoten de tanto rotar y caigan las horas que apuntan,
para despedirme con un “hasta mañana”, también esta vez.
Volver a casa caminando, tomar una ducha tibia antes de
improvisar la cena, charlar de cuatro cosas no siempre importantes y dormitar,
primero en el sofá, después en la cama, y sentir en medio de la espesa duermevela,
unas manos naufragas buscando el hueco de la cintura para acomodarse hasta que
vuelva a salir el sol.
Y mientras pienso en todo eso, rebusco por toda la planta
un poco de cinta adhesiva. Escojo cual de todas las fotografías que he recibido
esta mañana voy a fijar junto a mi mesa. Me decido por la que encabeza este
texto para que me recuerde que mis rutinas, mi mundo, no están a salvo de nada.
Que el café de cada día, aun cuando está frío, es delicioso; que la gente que
nos importó no se olvida tan fácilmente, y que mis rutinas, como las del
resto, son las mías y que cuando éstas desaparecen, desaparezco un poco.
Precisamente ando estos días de un "antirrutina" subido, pero más pensando en los niños, en esa edad temprana en que las obligaciones y lo repetido cuesta encajar, y hay adultos que lo meten sin cuña si hace falta. Pero sí, la rutina es también abrigo. Me ha reconfortado leerte, reconocer el devenir cotidiano con lo simple y lo sublime de cada momento bien mezclado. Todo lo que nos quedará al final.
ResponderEliminarPD: Y sí, para los que la perdimos, la libertad es nuestro todo, y cuando la tuvimos, era una ficción.
A los niños hay que dejarles que campen en verano, ya tendrán tiempo para buscar y gozar de la rutina :)
ResponderEliminar