"Las finanzas son un arma de fuego.
La política es saber cuándo apretar el gatillo."
Las
declaraciones de Jordi Pujol, el que
fuera Presidente de la Generalitat de Catalunya, sobre la continuidad delictiva en la que ha
vivido durante los últimos treinta y cuatro años, han provocado una verdadera convulsión
en la sociedad catalana, sobre todo en aquella parte que durante años ha
considerado al “Molt Honorable” el adalid, el guía, de un futuro Estado catalán. El
Sancta Santorum de la esencia del catalanismo, del "seny i la rauxa". Sin
embargo, las declaraciones de Pujol solo destapan la punta del iceberg de la
corrupción institucionalizada en la que vive Cataluña desde hace ya varias
décadas. Nada que no se supiera, aquí y allí. Y cuando hablo de “allí” hablo de
todos aquellos Gobiernos del Estado que conocieron, consintieron y miraron
hacia otro lado mientra Pujol, y familia, maniobraba en su Califato. Nada nuevo bajo el
sol.
Ahora,
cuando las reivindicaciones nacionalistas, cuando el clamor por un estado
independiente catalán, amenaza con fracturar España, aparece la noticia. Nada es
casual. Como tampoco lo es que Pujol y su familia (que se han enriquecido a fuerza de robar), hayan hecho propósito de enmienda y estén dispuestos a confesar que
durante años se amañaron el oasis, estableciéndose como Virreyes de un reino sin rey, exacerbando el sentimiento y las pasiones de unos ciudadanos que quieren
diferenciarse a fuerza de un “hecho diferencial” que lo es menos de lo que los
que se colocaron las anteojeras del nacionalismo están dispuestos a reconocer.
Hay que saber un poco de historia, acercarse a ella con ganas de conocer, con
ganas de saber, con la mente abierta y algunos pilares de algunos discursos se caen ellos solos.
Cuando por allá los años 80 estalló el caso Banca Catalana (no deja de ser curioso otear por aquel asunto. El abogado de Pujol en este asunto, Joan Piquel Vidal, con los años terminó en prisión junto
con el Magistrado Pascual Estivill. Pero esa es otra historia de corrupción, o no), Pujol fue imputado, con motivo de la querella que interpuso la Fiscalía del Estado por un presunto delito de falsedad en documento mercantil y apropiación indebida producidos mientras era Vicepresidente ejecutivo de aquella entidad bancaria que fundó junto a su padre.
El asunto terminó archivado por orden de la Audiencia Provincial de Barcelona.
A los pocos días de aquel archivo, el “Molt Honorable” se asomó al balcón de la
Generalitat de Catalunya y, arengando a las masas, pronunció un discurso en el que entre otras
muchas cosas dijo que con la presentación de la querella, el Estado había hecho
una "jugada indigna" contra Catalunya y exclamó que, en adelante
"de ética y moral, hablaremos nosotros, no ellos". El
mesianismo llegó con aquello de que quien me ataca a mí, ataca a Catalunya.
Pero por el motivo que sea, que posiblemente sea menos claro y mucho más turbio de lo que creemos, ahora sale a la luz la gran mentira de un político que utilizó la
política para enriquecerse, que quiso crearse un Estado a su medida para seguir actuando con total impunidad. Un castillo de naipes que ahora se derrumba sobre
el poso de lo podrido de una sociedad sorda, ciega y muda.
De todo esto, lo peor no es la actuación corrupta del ex President, ni los fraudes, que son de un verdadera infamia social y merecen el reproche y castigo pertinente. Y para ello, para castigar esa actividad delictiva, por la que cualquier ciudadano medio acabaría en prisión, tenemos remedio, si la Justicia no se achanta (de nuevo, como pasó en el caso Banca Catalana) y el juego de las prescripciones no deja el
carrerón delictivo de la familia Pujol en nada.
Lo peor de todo, como digo, es la ley del silencio
que durante años se ha aplicado con todo conocimiento y conciencia, aquí y
allí. A los Pujol se les dejó hacer, y vayan a saber el porqué.
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