Desde el pasado viernes y hasta el
sábado 19 de julio, en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, se representa “Porgy and Bess”, la ópera jazz de George Gershwin, interpretada por el coro de la Ópera
de Ciudad del Cabo junto con la Orquesta sinfónica del mismo teatro, y dirigida por Tim Murray. “Porgy and Bess” fue en su momento una ópera rompedora, vetada en numerosos teatros del mundo por aquello de que la ópera no era cosas de negros. Cosas de la estupidez humana. La trama es una historia de amor que se sucede en un barrio pesquero de Charlestown (Carolina del Sur) a mediados de los años 30, entre la comunidad afroamericana. Una historia que mezcla el crimen, la
pasión, la fidelidad y la dignidad.
Sobre el contenido y desarrollo de cada uno
de los tres actos que la componen pueden encontrar información en cualquier lugar. Es una obra mundialmente conocida, tanto en lo musical, como por la
novela escrita por Heyward DuBose y en la que se basó el musical. "Summertime" y "I love you Porgy" son dos de sus piezas más reconocidas
Este sábado noche tuve el enorme
placer de asistir a su representación. Una auténtica gozada para el oído, que
no para la vista. No porque la puesta en escena no estuviera bien, que lo
estaba, sino porque la butaca de la que disponía era nefasta. Encaramada en el
quinto piso del teatro, en la segunda fila de éste, y ladeada de modo que medio escenario
quedaba escondido a mi visión (salvo que permaneciera en pie durante las tres
horas que duró la representación), me impidió disfrutar plenamente de la
obra. Me conformé con que fueran los oídos quienes lo hicieran y dejé de cuestionarme absolutamente nada más, al menos mientras estuve allí.
Sin embargo, soy del género tozudo y a la salida no pude dejar de preguntarme sobre la conveniencia de adquirir entradas que no garanticen poder disfrutar ampliamente del espectáculo por el que se paga. Y aquí es donde se centra el tema de este texto, sobre el coste de algunos espectáculos y su consecuencia sobre ellos.
Sin embargo, soy del género tozudo y a la salida no pude dejar de preguntarme sobre la conveniencia de adquirir entradas que no garanticen poder disfrutar ampliamente del espectáculo por el que se paga. Y aquí es donde se centra el tema de este texto, sobre el coste de algunos espectáculos y su consecuencia sobre ellos.
En este caso, el precio de las entradas oscila entre
los 9 euros (nunca he visto entradas a la venta por ese importe, las debe tener guardadas bajo llave y no las sueltan ni en
peligro de extremaunción) y los 139 Euros (de las que se puede encontrar las que uno quiera). Cierto es que entre ambos extremos las hay de 19 euros, 29 euros, 44 euros, 59 euros y 89 euros. En este grupo, de las
primeras hay muy pocas, muy buscadas y están colocadas en los lugares más inhóspitos del teatro, del resto pues las hay, de más y de menos.
Cuando compré las entradas, hace ya bastante tiempo, lo hice a través de internet. Y con independencia de que ni mi economía en estos momentos, ni mi conciencia, me permite desembolsar los 139 Euros de las supuestamente butacas buens, lo cierto es que en el momento de la búsqueda el aforo estaba completo, salvo en las entradas de mayor coste. Apenas quedaban localidades. Pocos puntitos verdes entre un mar de puntitos rojos que hacían presuponer un “completo” para la función del sábado noche.
Pero ya antes de los avisos del pronto inicio de la representación, y también durante el entreacto, puede observar que, salvo en el gallinero que estaba completo, las clapas vacías en el aforo del teatro no eran pocas. Solo la platea, donde los abonados son legión, se veía llena. Algo no va bien, o el personal, pese al pago realizado, había desistido de acudir a última hora, o es que, tal vez y sin que pueda asegurarlo, cuando intentan vendernos las entradas por internet nos mienten, dejando solo al alcance del espectador las más costosas. Este es un tema que da para mucho hablar, pero no será hoy.
Cuando compré las entradas, hace ya bastante tiempo, lo hice a través de internet. Y con independencia de que ni mi economía en estos momentos, ni mi conciencia, me permite desembolsar los 139 Euros de las supuestamente butacas buens, lo cierto es que en el momento de la búsqueda el aforo estaba completo, salvo en las entradas de mayor coste. Apenas quedaban localidades. Pocos puntitos verdes entre un mar de puntitos rojos que hacían presuponer un “completo” para la función del sábado noche.
Pero ya antes de los avisos del pronto inicio de la representación, y también durante el entreacto, puede observar que, salvo en el gallinero que estaba completo, las clapas vacías en el aforo del teatro no eran pocas. Solo la platea, donde los abonados son legión, se veía llena. Algo no va bien, o el personal, pese al pago realizado, había desistido de acudir a última hora, o es que, tal vez y sin que pueda asegurarlo, cuando intentan vendernos las entradas por internet nos mienten, dejando solo al alcance del espectador las más costosas. Este es un tema que da para mucho hablar, pero no será hoy.
Sé que los montajes musicales y los
espectáculos, en general, tienen un
elevado coste y sé que es muy difícil obtener financiación para los mismos y
que gran parte de ellos sobreviven a base de la subvención. Pero sé también, porque
no es la primera vez que lo veo, que los teatros (al igual que los cines), no
se pueden llenar cuando los precios de sus entradas son intocables para una
economía media.
Desde mi butaca económica de diecinueve euros (desde la
que sólo veía parte del foso de la música y la esquina derecha del escenario), pude
contemplar las butacas vacías a las que hacía referencia (las de coste medio/alto, y mejor visibilidad que en la que me encontraba), mientras que el
gallinero (casi a tocar el cielo y de rascarle
la cocorota a los dragones que culminan las lámparas del gran teatro), estaba
lleno hasta la bandera. Esta situación pone de manifiesto que si las entradas de
los espectáculos tienen un precio razonable la gente va pero, cuando por el
contrario, el precio del papel se dispara, la imposibilidad acude a vaciar las
salas.
A pesar de lo que se pueda pensar, la carestía de las entradas y el consiguiente vacío de las salas solo perjudica a los propios espectáculos, a la divulgación de la cultura y desde luego al espectador. Al final es el pez que se muerde la cola: Entradas caras, menos gente, menos dinero, menos representaciones, menos cultura, y así seguimos. Una pérdida más para todos.
A pesar de lo que se pueda pensar, la carestía de las entradas y el consiguiente vacío de las salas solo perjudica a los propios espectáculos, a la divulgación de la cultura y desde luego al espectador. Al final es el pez que se muerde la cola: Entradas caras, menos gente, menos dinero, menos representaciones, menos cultura, y así seguimos. Una pérdida más para todos.
No sé lo que ocurrirá durante los
próximos días en los que la ópera seguirá en cartel. Pero si sigue la línea de este
pasado sábado (el viernes había sido el estreno), los resultados, en cuanto al lleno del teatro, no creo que
sean demasiado buenos. Y es una pena de verdad, porque en este “Porgy and Bess”
el Coro de Cape Town trabaja fenomenalmente. Tienen unas voces espectaculares. Cuando el coro canta al completo están más que sobresalientes, pero hay que decir que, en general, son las voces de las cantantes femeninas las que se presentan mayúsculas, destacando la de Xolela
Sixaba (en el papel de Bess) y la de Siphamandia Yakupa (como Clara).
Alguien podría pensar que es una obra menor, interpretada por unos cantantes menores, pero no es cierto. Dos ejemplos de que no es así son las interpretaciones gloriosas del famoso “Summertime”, de Sixaba y Yakupa, que culminan la obra, aunque sin desmerecen el resto de interpretaciones.
Alguien podría pensar que es una obra menor, interpretada por unos cantantes menores, pero no es cierto. Dos ejemplos de que no es así son las interpretaciones gloriosas del famoso “Summertime”, de Sixaba y Yakupa, que culminan la obra, aunque sin desmerecen el resto de interpretaciones.
Quizá los organizadores, o el teatro,
o a quién corresponda (no sólo para esta obra, sino para las futuras) deberían repensar el tema del coste de las entradas y la
distribución que se hace de las mismas. Quizás abaratándolas, sin que el
espectador tenga que dejarse la hijuela, la pérdida para todos, en todos los sentidos también,
sería menor. Y es que a la ópera hay que poder acudir con vaqueros y
zapatillas aunque en escena brille el estrás y la purpurina.
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