Hijo, hay muchas cosas feas en este mundo. Me gustaría poder evitar que las vieras, pero no es posible.
Atticus Finch
Cuando
uno lleva años ejerciendo una determinada profesión acaba reconociendo que
algunos tics deben evitarse. Esa experiencia, cuando se transmite, es la que de verdad puede servir
de algo a los que comienzan. Los conocimientos técnicos son fáciles de aprender pero algunas “bofetadas” hay que aprenderlas sobre la cancha, por eso, para
que al menos uno pueda mitigar el golpe, no está de más que los
que nos precedieron por el camino avisen de por dónde pueden venir y de qué color viste (la bofetada, claro).
En mi caso,
aprendí que no podía redactar estando de mal humor porque con el tiempo, cuando
debía volver sobre lo escrito, me invadía una especie de sonrojo y tristeza por
mi falta de contención. El transcurso del tiempo siempre juega neutralizando el
estado calamitoso en el que uno escribe frente a la pantalla del ordenador, con los nervios tensos y la responsabilidad
sobre la espalda, que puede dar con el resultado de que lo que de verdad importa quede emborronado por lo apasionado pero superfluo. Con el paso de los días todo pierde fuelle. Lo que discutimos también lo
hace, al menos el modo en que lo hacemos. Pero los mediterráneos somos así, apasionados hasta para discutir, por eso algunos echamos de menos no atesorar algunas gotas de sangre nórdica
corriendo por las venas. Esta merma en el ADN solo la compensa el temple de los
años y la moderación en la exposición calma de aquello que quedó impreso y ya no podemos corregir.
A
veces el temperamento se desboca de un modo poco productivo. Fuego de virutas
que quema rápido y deja una brasa inútil. Hay que aprender a filtrar el quejido
malhumorado, dejar para mañana lo que hoy bien pudiera estropearse por un
empecinamiento absoluto, para que el tiempo no desnaturalice lo que en realidad se perseguía, dar salida a lo que se nos plantea.
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