El diez es un número circular. Una cifra demasiado próxima a lo escaso, a lo pequeño, demasiado lejana aún para lo que se convertirá en enorme. Las primeras dos cifras para cualquier cosa.
Me veo las puntas de los dedos de
los pies mientras balanceo la pierna. Empiezo a pensar que debería cambiar esta
mesa de cristal. Me pinto las uñas de color visón, abanico el aire con la mano para
que se sequen y así, casi de inmediato, con el esmalte aún blando, mojo
un poco de algodón en acetona y hago desaparece
pinceladas de vanidad.
Ayer murió mi padre, ayer pero de
hace diez años. Fue un sábado, también.
—¿Háblame de los muertos? —Dice Dalhman desde su almohadón, pero yo no quiero hablar de muertos, no quiero hablar de
nada. Pienso en que aquel sábado hacía un sol radiante y que hoy, diez años más
tarde, el cielo ha reventado en cascada y el agua se acumula sobre el asfalto.
A más de mil kilómetros de aquí, el mar bate unas olas gigantes. Sus manos
reposan sobre la mesa después de remover una taza de café que sabe a veneno y
que, sin embargo, bebe para no sentirse un completo idiota.
Nadie nos avisó del mal que
produce la nostalgia, de la tristeza de las palabras engullidas y no dichas, de
la transformación que sufre el rojo muscular hasta convertirse en gris ceniza,
del poder del mar y de la sal, del paso del tiempo y de que nada permanece
intacto para siempre, ni siquiera el recuerdo. Cuando no tienes nada que dar, nada debes ofrecer. El consuelo del momento se vuelve amargo con el tiempo.
Pero la vida continúa. Pese a
todo, pese a todos.
Admiro tu capacidad de convertir en poesía las cicatrices...
ResponderEliminarY yo la tuya de arrancarme una carcajada cada mañana. Besos querido :)
ResponderEliminarLas uñas color visón, abanico, no las conocía. Deben ser hermosas.
ResponderEliminarLa nostalgia la conocía, algunas veces es hermosa, inclluso. Otras, las más, con esa extraña tristeza.
Buen escrito.
Un abrazo.
Un abrazo Kenit
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