Le tiende la mano, sonríe. Un ligero
roce de dedos nudosos antes de sujetarla con firmeza para llevársela a los
labios y depositar sobre ella la caricia de un beso.
La mirada acuosa. ¿Bailas? –susurró-.
Una leve inclinación de cabeza que sólo puede ser un sí. Media vida esperando
este baile. La azotea convertida en una pista pobremente iluminada por el
reflejo de los balcones y ventanas cercanas.
¿Bailas? Dos ancianos frente al
mundo. La vida casi deshilachada que continua un poco más, sosegada, calma. Cogidos
de la cintura, las manos entrelazadas, intentan acompasar los pies cansados a
una vieja balada que se cuela por el tragaluz. No es casualidad, sino el gesto
repetido en el tiempo que busca no apagarse nunca.
Noche de primavera, las primeras
canículas y un terrado como escenario de un ceremonial eterno que hoy vuelven a unir
su azar en un momento final. Un último baile, los dos lo saben. Media vida
buscándose, escapando, siempre presentes. Años
pasados, la vida casi consumida. La historia imperecedera de un amor prohibido.
Bailan y así seguirán durante horas.
Les observo desde el terrado contiguo y no pueda evitar la extraña sensación de
violentar una intimidad que no me
pertenece. Mientras, fumo el último cigarrillo esperando a que termine el Cd que
coloqué a las diez en punto como hagon desde hace ya varios años, todos los 5 de
junio.
Hay bailes hermosos.
ResponderEliminarPues eso que se llevan, allá donde vayan. No todo el mundo alcanza ese deseo anhelado toda una vida, ese último baile agarrado (agarrado) al recuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo