martes, 16 de septiembre de 2014

SIN HACHE


Cuando alguien te da su confianza, siempre te quedas en deuda con él



El cambio de escenarios, en todos los ámbitos de la vida, supone un cierto desconcierto. Esta mañana, por motivos de organización familiar, el trabajo, el que me da de comer, se traslada a casa, a mi habitación propia. Y no es la primera vez y supongo que tampoco será la última aunque sea lo que menos me apetezca, porque por norma general desde mi dulce hogar, salvo que necesidad apremie, el tiempo se reparte en algo más que lo que pone el plato en la mesa. Pero a veces las cosas se presentan así.
Hasta que he recolocado las montañitas de papel, he encendido el portátil, accedido al correo corporativo, repasado las llamadas del día, etc., creo que no han sido menos de veinte veces las que me he despistado mirando por la ventana, no menos de tres que me he acercado a la cocina, y no menos de dos las que he ido a ver el estado del convaleciente Dalhman.

La vida rutinaria tiene sus cosas y un cierto deje animoso que es difícil de despistar; un ritmo que cuando no lo tienes se echa de menos.  Esta mañana no ha habido café donde siempre, ni paseo en autobús, ni conversación previa sobre el psicodrama nacionalista en el que vivimos. Pero mi mesa, esa que utilizo para aquellas otras actividades que me llenan la vida, se disfraza de negro y acoge el pantanoso terreno laboral en el que me muevo en los últimos tiempos.


Ella Fizgerald de fondo y entre párrafo y párrafo, el bostezo perezoso de Dalham. El mundo que sigue y sin buscarla encuentro, entre papeles turbios y notas un tanto caducas,  la melancólica y desconcertante reflexión sobre el verbo “Echar”,  en el que lo primero que se echa es la “hache” y lo último, como casi siempre, “ el de menos”. 


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