Not morning yet,
I just want to talk to you
Why does love happen? ...
Anne Carson
Después de lo que sucedió, nunca más he vuelto a pisar aquel barrio. Ahora
no podría decir si todo lo que pasó durante aquellos días realmente fue como
ahora lo recuerdo o si el tiempo se ha encargado de deformarlo hasta
convertirlo en algo capaz de sobrellevar. La verdad siempre
es relativa y los datos, aunque pretendan ser objetivos sólo lo son en la
medida que nos interesan para amoldarlos a la relatividad en la que nos amparamos. Algunos
detalles quedaron entre brumas y otros siguen tan presentes que, años después,
aun puedo olerlos, incluso verlos, a poco que me esfuerce. Me llamó sobre las ocho para que fuera a su casa, le dije que no. Iría al día siguiente, estaba cansada y también me
cansaba ese reclamo permanente y lastimero al que nos tenía sometidos. Quedamos para la
mañana siguiente y, a pesar de su insistencia, no le concreté hora; malhumorada le dije que ya llegaría, que
se acostara y no pensara más. Me levanté pronto y sin ganas crucé la ciudad
entera. Ni el gorro, ni la bufanda, ni los guantes servían de mucho con aquel frío que desde
hacía una semana se arrastraba desde el norte. El norte de más al norte, solía decir. Al
llegar busqué la llave en el macetero que la escondía. Una llave de
emergencia, no siempre suya. Al entrar el
ambiente olía a humo, a días sin ventilar y a algo más que no podía identificar.
Le llamé por su nombre, la cerradura no había pedido más que una simple vuelta,
posiblemente estuviera en casa, aun dormido. Recorrí el pasillo, tres metros casi cuatro metros, haciendo más
ruido de lo normal, pisadas gruesas que desordenaban
el silencio de aquel sábado de enero. Miré en el salón, pasé por delante del
baño con la puerta entornada y acabé en el dormitorio. Las sábanas estaban
revueltas, la persiana a medio levantar y el aire aún se mecía más espeso que en el resto del apartamento. Como
si fuera una novia despechada, apoyé la mano sobre aquel amasijo de ropa para comprobar si aún estaba caliente. Sentí el calor, ahora ya tibio, de su cuerpo
triste. Sobre la
mesilla, junto a su teléfono móvil, no había más que un reloj de plástico y una
cajetilla de tabaco arrugada. No estaba, igual había salido a por tabaco, o a
por el pan para desayunar. Podía esperar allí
mismo, en el sofá que se caía de viejo, o entretenerme recogiendo los trastos que tenía desperdigados
por todas partes. Hacer cualquier mientras le esperaba. Pero me acerqué a la
ventana, miré hacia el parque; al fondo, pese a la niebla, se vislumbraba el viaducto. Las luces de unas sirenas rompían
la bruma. Abrí la ventana y una ráfaga de aire helado me dio de lleno, entonces lo supe. Sus miedos habían dejado de existir. Ahora la vida ya era cosa nuestra y contra eso no había nada que hacer. Me senté a
esperar, aunque no sabía el qué.
Yo creo que todos los demonios se fueron de esa casa cundo abriste la ventana, en la casa había baja entropía, en la calle alta entropía. Fue un trasiego del mal, hacía un mal desogarnizado. yo suelo aplicar la física a todo lo imaginado. abrazo.
ResponderEliminarNo es mala cosa. La ciencia es algo seguro. Bss
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