sábado, 21 de enero de 2017

MORNING YET

Not morning yet,
I just want to talk to you
Why does love happen? ...

Anne Carson



Después de lo que sucedió, nunca más he vuelto a pisar aquel barrio. Ahora no podría decir si todo lo que pasó durante aquellos días realmente fue como ahora lo recuerdo o si el tiempo se ha encargado de deformarlo hasta convertirlo en algo capaz de sobrellevar. La verdad siempre es relativa y los datos, aunque pretendan ser objetivos sólo lo son en la medida que nos interesan para amoldarlos a la relatividad en la que nos amparamos. Algunos detalles quedaron entre brumas y otros siguen tan presentes que, años después, aun  puedo olerlos, incluso verlos, a poco que me esfuerce. Me llamó sobre las ocho para que fuera a su casa, le dije que no. Iría al día siguiente, estaba cansada y también me cansaba ese reclamo permanente y lastimero al que nos tenía sometidos. Quedamos para la mañana siguiente y, a pesar de su insistencia, no le concreté hora; malhumorada le dije que ya llegaría, que se acostara y no pensara más. Me levanté pronto y sin ganas crucé la ciudad entera. Ni el gorro, ni la bufanda, ni los guantes servían de mucho con aquel frío que desde hacía una semana se arrastraba desde el norte. El norte de más al norte, solía decir. Al llegar busqué la llave en el macetero que la escondía. Una llave de emergencia, no siempre suya. Al entrar el ambiente olía a humo, a días sin ventilar y a algo más que no podía identificar. Le llamé por su nombre, la cerradura no había pedido más que una simple vuelta, posiblemente estuviera en casa, aun dormido. Recorrí el pasillo, tres metros casi cuatro metros, haciendo más ruido de lo normal, pisadas gruesas que desordenaban el silencio de aquel sábado de enero. Miré en el salón, pasé por delante del baño con la puerta entornada y acabé en el dormitorio. Las sábanas estaban revueltas, la persiana a medio levantar y el aire aún se mecía más espeso que en el resto del apartamento. Como si fuera una novia despechada, apoyé la mano sobre aquel amasijo de ropa para comprobar si aún estaba caliente. Sentí el calor, ahora ya tibio, de su cuerpo triste. Sobre la mesilla, junto a su teléfono móvil, no había más que un reloj de plástico y una cajetilla de tabaco arrugada. No estaba, igual había salido a por tabaco, o a por el pan para desayunar. Podía esperar allí  mismo, en el sofá que se caía de viejo, o entretenerme recogiendo los trastos que tenía desperdigados por todas partes. Hacer cualquier mientras le esperaba. Pero me acerqué a la ventana, miré hacia el parque; al fondo, pese a la niebla, se vislumbraba el viaducto. Las luces de unas sirenas rompían la bruma. Abrí la ventana y una ráfaga de aire helado me dio de lleno, entonces lo supe. Sus miedos habían dejado de existir. Ahora la vida ya era cosa nuestra y contra eso no había nada que hacer. Me senté a esperar, aunque no sabía el qué.



2 comentarios:

  1. Yo creo que todos los demonios se fueron de esa casa cundo abriste la ventana, en la casa había baja entropía, en la calle alta entropía. Fue un trasiego del mal, hacía un mal desogarnizado. yo suelo aplicar la física a todo lo imaginado. abrazo.

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