martes, 24 de junio de 2014

LA MAGDALENA DE PROUST


Como un camino en otoño: tan pronto como se barre, vuelve a cubrirse de hojas secas.
Franz Kafka


Caminar por las calles del pasado donde existieron cafés, algunas casas bajas y locales sobre las que descansaba la diferencia del paisaje monotemático de las grandes ciudades, que visten todas igual, en una mal entendida globalización estética, y descubrir que solo existen huecos vallados, respiraderos urbanos junto a edificios enfermos de monotonía, convierten el paseo en la constatación de la muerte no solo de aquellos espacios singulares, sino del desmayo imperecedero de mañanas originales que estaban por llegar.
Quisimos un futuro ilusionado y entusiasta, esperábamos el máximo de lo que estaba por llegar y nos cubríamos bajo la frisa basta de una esperanza comodona. Lo quisimos todos y, en esa querencia querida, miles de fantasmas rondaban y hoy  viven guarecidos entre las ruinas de aquellos edificios que ya no existen y entre nuestros propios restos.
Y a cada adoquín desencajado, un enfermo de soledad más, un gramo menos de levedad y el tiempo que acumula el peso de enormes cadenas mientras el paisaje se vacía convirtiéndose en liviana nada.


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