Hay temporadas que parece que uno va con el paso cambiado. Dices blanco y el mundo es negro, tienes hambre y en la nevera sólo hay un tomate y un yogurt (seguramente los virtuosos de la cocina conseguirían un manjar delicioso, pero yo sólo podría ponerme a llorar), te vistes con gabardina y katiuskas y termina saliendo un sol de justicia, enchufas la lavadora y se enciende el lavaplatos, te vistes de moderna y terminas pareciendo una abuela reciclada, conoces al hombre de tu vida y al segundo beso se ha convertido en rana (o un Enzo cualquiera, ¿verdad, Lola?). Y así son esas temporadas. Los exorcismos no sirven de mucho, pero hoy gracias a un buen amigo, vamos a intentar enderezar el paso. Empezaremos la jornada, con una buena ducha y un café, intentando que no se cale mi anciana motocicleta, me encaminaré hacia uno de los hoteles con la terraza más espectacular de Barcelona, Casa Fuster. Allí me espera mi buen amigo, con una visa bien reluciente. Me ha prometido un día de dedicación total, excéntrica, lujosa y divertida. Realmente debe verme jodida. Quién sabe, igual arreglamos algo.
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