Hay
momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no
despegar los labios.
El Presidente del
Gobierno ha anunciado la modificación de algunas de las medidas y recortes que
han practicado en los últimos años. Una de las más clamorosas, por lo que tiene
de poco solidario e incluso de riesgo, consistió en prohibir que los
inmigrantes “sin papeles” tuvieran acceso a la asistencia sanitaria primaria pública.
Ayer, sin ir más
lejos, escuché como el Presidente del Gobierno decía que esta modificación, que
ahora se plantea a la reforma del 2012, es una medida sensata. Mientras lo
escuchaba, ojiplática y con el vaso a medio camino entre la mesa y mi boca (debo
reconocerlo), no pude evitar hacer el siguiente razonamiento: Si la actual medida,
que va a permitir a los sin papeles volver al médico sin necesidad de que se de una urgencia, es una medida sensata, quiere decir que su restricción fue
absolutamente insensata. El razonamiento me llegó ayer como una perogrullada frente a un vaso de agua. Sin embargo, de la insensatez de aquel recorte no tengo duda ni ahora, ni entonces. No hay nada más insolidario que dejar de atender a quien lo precisa médicamente.
Está claro que ni
Rajoy, ni el Ministro de Sanidad, van a reconocer la obviedad del razonamiento, y no lo harán porque los políticos con el manejo del lenguaje nos enredan cada dos por tres.
Pero ayer, además de celebrar la medida, algo se me removió por dentro. Creo
que fue el gusano de las elecciones que se aproximan y el tufillo de las urnas que mandan por encima de la sensatez, esa que se comen y defecan los elegidos una vez que llegan a la poltrona.
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