Cuanto más se vive, mejor se convive con
la imperfección de la existencia
y se aprende a no ser el protagonista de la propia vida.
y se aprende a no ser el protagonista de la propia vida.
Claudio Magris
Una débil nevisca cae sobre el Danubio y la ciudad
parece un formidable bibelot agitado por la mano temblorosa de un gigante
perezoso. Anochece antes de que la digestión de mediodía termine. Salgo a
pasear con Marie para que las horas que aun faltan para que podamos considerar
que ha llegado la noche pasen un poco más deprisa. La falta de luz no acorta
los días, sino todo lo contrario, los hace eternos pero demasiado sombríos. Nos
acercamos caminando por la ribera del río hasta las puertas del Parlamento,
desde allí el Palacio Real, en Pest, y el Bastión de los pescadores se muestran en
toda su magnificencia y nos recuerda lo insignificantes que somos. Volvemos
sobre nuestros pasos, guardándonos del relente de un anochecer que empieza a
helar. Ahora ya sentadas en un banco frente al río, contamos los zapatos de
bronce que recuerdan a todo aquel que se acerca que el ser humano es ingrato, salvaje y cruel. Nuestro
genoma debería poder grabar la huella de los que nos precedieron, la de sus
barbaridades, para que no olvidemos de dónde venimos y lo que somos capaces de
hacer. La delicadeza es algo que se aprende. Aun así, me pregunto si esos vestigios gravados a fuego en nuestra memoria no servirían, en realidad, para
cocer nuevas atrocidades, tomando como muestra un pasado tremendo para
mejorarlo, sofisticarlo y hacerlo más mortal, más humillante, más denigrante,
si cabe.
Apenas hablamos
porque aunque ella chapurrea algo de español, mi incapacidad para pronunciar ni
una sola palabra en húngaro dificulta mantener una conversación por sencilla
que sea. Nos encaminamos hacía uno de las muchos cafés que, pese al frío, pese al
anochecer temprano, abarrotan las aceras de terrazas que bordean los márgenes
del río.
Apuramos un café caliente que reconforta por dentro a la vez que la fisonomía de un violinista, que guarda en su cuerpo las
sombras del otro costado del muro, se clava en la retina para siempre. Al lado, una mujer hermosísima que muestra sin mostrar que la carne siempre que se paga es carne y nada más y, un poco más allá, papel que cruje sobre papel guardando los secretos de una decadencia buscada de propósito.
La geografía humana descrita en el Danubio, en los recodos
de una ciudad que nunca olvida que la grandeza igual que viene se va, y que no
hay soledad mayor que la de la compañía no deseada.
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