A menudo los grandes son desconocidos o peor, mal conocidos.
Thomas Carlyle
Cada uno se busca las habichuelas
como puede. Cada uno merece o desmerece lo que hace en función de la
profesionalidad, el oficio, las ganas y la maestría que tiene. Y es evidente
que algunos, en esa voluntad por destacar o simplemente por sobrevivir, son
capaces de cualquier cosa, arrasen con lo que arrasen. No les duelen prendas en
asumir las rienda de una concejalía municipal, adentrarse en una casa vigilada
por el ojo de los telespectadores que todo lo ve o, incluso, escribir un libro.
Está claro que el hambre puede
con todo, y cuando me refiero al hambre no me refiero a esa que se genera en el
hipotálamo. Esa, mal que peor, suele aplacarse incluso con un vaso de agua o un
trozo de pan, si queremos ponernos melodramáticos. Lo más triste de todo esto, no es que una
señora o un señor se dediquen a hacer de
su capa un sayo, sino que esta clase de personajes que la única bondad
demostrada es que igual son capaces de planchar un huevo que de freír una
corbata, se erijan en referentes de alguna cosa y se les continúe dando coba mientras
soportamos su chabacanería, su estupidez, su ignorancia sin límites y, en
muchos casos, su falta de catadura moral. Así lo pienso, pete a quien le
pete.
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