La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar.
Francis Scott Fitzgerald
Recibir la noticia del suicidio de alguien cercano
es una de las más impactantes que se pueden recibir. Con la noticia, y el
inicial desconcierto, se inician toda una serie de preguntas que pocas veces
obtendrán respuestas. El vacío y el sentimiento de culpa campa a sus anchas y
la sensación de que tal vez algo más se pudo hacer quedan suspendidos en el
aire transformándolo en algo denso, pegajoso y casi irrespirable. Un diagnóstico médico no consuela, sino todo
lo contrario. Los problemas de los demás acostumbran a parecer manejables
cuando es otro el que los sostiene, y es así porque el escenario en el que ese
tercero se mueve casi siempre está trucado por la distancia. Por eso, aunque se
le de mil vueltas a aquellas frases pronunciadas en los últimos tiempos; aunque se intente desgranar cada segundo
compartido buscando alguna señal secreta (que nunca aparece) que de algún sentido
al desenlace, nada explica la tragedia que queda para aquel que sigue viviendo,
estupefacto, a veces inconsciente, el derrumbe personal de otro. Porque la desventura
no es para quien se quita la vida (a esa ya le puso un fin premeditado su
propietario), sino para todos aquellos que quedan dando vueltas a un final que
casi siempre se muestra incomprensible e imborrable.
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