Los tentadores labios demasiado carnosos pueden crecer en las profundidades
del cerebro
como una vagina doble, trayendo aparejada la enfermedad más difícil
de la carne: la melancolía.
Henry Miller
Con tu caminar, flojo, vas dejando un rastro de indiferencia
que me arroja a una pesadumbre que me consume de impaciencia. Pero, a la vez, esa indolencia tuya me incapacita y me aleja
cada vez más de ti. Ya no hay nada seguro. El suelo tiembla bajo los pies y
cada mañana que llega es como el reestreno de una película vieja de la que ya
conocemos el final. Perdí la prudencia mientras tú perdiste las ganas y me
convertí en un ser inútil, torpe, que quedó al descubierto a cada paso que daba.
Y aunque te empujé con cierta
brusquedad intencionada, para provocar aunque fuera una queja, un reproche, tu
mirada seguía pérdida y solo te escuchaba respirar. Me avergüenzo y busco entre
compañías poco adecuadas un poco de la vida que me robaste. Me pregunto en qué
momento dejamos de entendernos, de buscarnos,
de querernos. Quisiera poder alquilar un poco del pasado, defender la
frivolidad del afecto de dos locos enredados entre existencias complicadas,
pero la codicia y el pánico se mezclan y me paralizan. No hay salida. Son tus
gemidos sordos, disciplinados, los que me aparatan cada vez mas, y de lejos, sin verte, te imagino volteando un café que
hace horas se enfrió sin encontrar la señal que esperas.
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