El cuerpo humano es una de las máquinas más precisas, perfectas y bellas que podemos encontrar sobre la faz de la tierra. Pero claro, eso es un punto de vista generalista y “ombliguista” de la cuestión. Cuando bajamos al cuerpo a cuerpo, la cosa cambia. El sujeto particular pues no es tan preciso (se le descuajeringa el sistema cuando menos lo espera), es poquito perfecto (sin disfrazarse de pistolero luce cartucheras, pierde las melenas de Sansón y la tableta de chocolate se le funde hasta convertirse en un amasijo revoltoso) y el bello/a, pues eso, a veces se transforma en bestia.
No he descubierto América con esta cavilación, lo sé. Una perogrullada en todas regla extraída de la observación simple y miope con la que me muevo por la vida. Sin querer caer en el círculo vicioso de pensamientos simplicisimus, veo que a veces observar, mirar, se convierte en un horror. Ahora mismo estoy ante una visión horrible que me tiene al borde de la nausea.
Estoy sentada en una diminuta mesa, en una cafetería monísima, muy fashion, en la zona más cool de la ciudad. Voy a tomar un bocado antes de arrastrarme, de nuevo, al aeropuerto. Un sitio cualquiera. Frente a mi, otras mesitas, igual de diminutas, con personas tomando diminutos emparedados. Frente a mi un culo, tal cual, un culo a la directa altura de mis ojos. El trasero de una señora que pretende ser la réplica de Demi Moore pero con bastante más lorza y menos encanto. Un trasero que batalla contra un vaquero negro de cinturilla baja, de marca y modelo no caro, carísimo. Una batalla feroz, entre ese cuerpo presuntamente “perfecto”, “preciso”, “bello” y un pantalón que se resiste a contener dentro de si, esa porción de cuerpo humano que, en genérico podría ser bella, pero que en particular, aquí, es terrible.
Los que comemos a su espalda, en diminutas banquetas, frente a diminutas mesitas sufrimos la espantosa visión de la raja de su culo. El “smoked salmon” se me está indigestando.
Algunas cosas no las entenderé nunca (posiblemente porque tampoco yo soy perfecta). Mostrar lo mostrable puede ser bello, insinuar lo insinuable puede ser delicioso y altamente gratificante. Pero exhibir (como lo hace el engendro que tengo frente a mi) lo inexhibible es bochornoso a la par que repugnante (y más a la hora de comer)
Una pregunta se cierne sobre míy mi sándwiche de smoked salmon ¿Qué se ha hecho de las bragas de cuello vuelto?
No sólo abrigaban esas bragas, eran una especie de casto cinturón ante posibles "tenteishons" ¡¡¡
ResponderEliminarya lo dijo aquel. Hags lo que hagas ponte bragas
ResponderEliminarLa belleza tiene cánones imposibles. Muy subjetiva. Dada a varemos dependientes de épocas y civilizaciones. Hace unos años, una mujer gordita, era el paradigma de la belleza, ahora, tan intimista, una mujer gorda es un adefesio. No obstante, conozco muchos hombres, que tienen esa sensualidad de lo blando, lo fofo, lo neumático. Digamos que en muchísimas ensoñaciones, muchos hombres, más de lo que parece, las prefieren bien gordas y con las bragas ya quitadas. Todo muy subjetivo. Creo, vamos, no sé.
ResponderEliminarEs que el hueso está pensado para el caldo o el cocido y la reslidad es que donde hay carne hay alegría. Lo que ocurre e que esa carne hay que saber lucirla, no profanarla.
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