Cuando dejó de comprender lo que ocurría a su alrededor, inventó un universo a su medida que le fuera confortable. Menudo, preciso, de textura apergaminada. Lo llevaba siempre en el bolsillo. Cuando el día se torcía, introducía la mano hasta el fondo y acariciaba, con las yemas de los dedos, el mundo esbozado en las cinco líneas que formaban un pentagrama irregular. Los que le conocieron no llegaron a comprender el significado de las letras minúsculas, enanas, que dibujó sobre aquellos trazos de pulso inseguro. Iniciales encadenadas que cifraban aquello que alguna vez quiso ser, el nombre de aquellos a los que creía haber amado, el nombre que le arrojó a la nada. Empezó a vivir dando la espalda a casi todo. Había dejado de entender y de buscar excusas. Otros ocuparían su lugar, todo es prescindible. Dejó de hablar, dejó de oír y perdió todo interés. Al poco tiempo se sentó junto a una ventana y acarició un mundo encerrado en un bolsillo. Se fue apagando rozando lo único en lo que creía. En el último momento, alguien le colocó en el bolsillo la bola irregular que guardaba en el puño. Las cenizas microscópicas del universo flotan en el interior de su urna.
Victor Manuel * -
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