¿Es aquí? Sí, contesté.
Pasé una tensión tremenda y unos nervios desmedidos que desembocaron en un adiós tan desagradable que durante semanas me escoció, no sólo el herpes que me salió en el labio, sino que me quemaba la permanente sensación de que, de un momento a otro, un nuevo cataclismo volvería a presentarse, que sonaría el teléfono o abriría el correo electrónico y tendría, de nuevo, que fajarme con otro disgusto. Durante semanas, un banco se convirtió en un refugio en medio de la calle. El único lugar en el que al sentarme se me acompasaba la respiración y me tranquilizaba instantáneamente. Las paredes, aunque nuevas, me aplastaban.
Han pasado meses y aquel desagradable sin vivir ha desaparecido; es lo bueno que tiene el paso del tiempo. Ni una ni otra carrera se hundieron. Sin embargo, sigo sentándome en el mismo banco, sigo tranquilizándome cuando tomo asiento en él. Puede que no sea el mejor rincón del mundo, es ruidoso y el monóxido de carbono campa a sus anchas, pero es un buen sitio, lo es para mí.
Por eso ha quedado incorporado a mi cotidianeidad aunque, para ello, tenga que coger un autobús, cruzar la ciudad y esperar que las hordas de turistas liberen mi banco para sentarme y saberme de nuevo.
Ahora ya sabe mi secreto y tiene reservado asiento de primera en medio de una tremendísima polución.
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"El secreto y el regalo mayores de la vida es cuando se encuentran dos personas semejantes. Esto ocurre raras veces, como si la naturaleza impidiese tal armonía mediante todas sus fuerzas y tretas (...).
Hay algo peor que la muerte, peor que el sufrimiento... y es cuando uno pierde el amor propio. Hay algo que duele, hiere y quema de tal manera que ni siquiera la muerte puede extinguirlo: y es cuando una persona, o dos, hieren ese amor propio sin el cual ya no podemos vivir una vida digna. Simple vanidad, dirás. Sí, simple vanidad... y sin embargo, esa dignidad es el contenido más profundo de la vida humana".
Hay algo peor que la muerte, peor que el sufrimiento... y es cuando uno pierde el amor propio. Hay algo que duele, hiere y quema de tal manera que ni siquiera la muerte puede extinguirlo: y es cuando una persona, o dos, hieren ese amor propio sin el cual ya no podemos vivir una vida digna. Simple vanidad, dirás. Sí, simple vanidad... y sin embargo, esa dignidad es el contenido más profundo de la vida humana".
Sandor Marai
Todos deberíamos tener ese LUGAR, ese banco. El mío está junto al mar en un recodo de la Barceloneta.
ResponderEliminarBuenos el texto tuyo y el de Marai.
Los bancos de la calle tienen algo de destino. Es el descanso final de algunos, es el reposo reflexivo para casi todos, la espera de alguien, para otros muchos. Un banco, algo tan simple y municipal, de madera.
ResponderEliminarSiempre te sacas esa mano en las fotos, te reconocería por dos venitas transversales.
No levantes un café delante de un hombre que te mira con ojos grandes.
Algunas veces pienso que me saluda una mano así.
ResponderEliminarUn banco, mi banco, cerca de un gran río. Donde me senté la última vez. Sé que dentro de como mucho veinte años me sentaré allí de nuevo, y la acariciaré el pelo, muy muy despacico.
ResponderEliminarPoma, yo casi estoy segura de que todos tenemos uno. Yo el mío lo encontré tras una crisis laboral del quince. El texto de Marai es, con dos palabras: im-presionante.
ResponderEliminar:)
Kenit, no sé si podré obecederte, tengo la mala tendencia a levantar la taza de café para saludar a hombres con ojos grandes. Besos
ResponderEliminarAnónimo, si eso es lo que quieres ojalá no tengas que esperar veinte años, son demasiados. Bss
ResponderEliminarYa los esperé y, como decirte, no me importó, pasaron muy deprisa.
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