Intento recuperar la normalidad poco a poco, y lo voy consiguiendo. O al menos eso creo, cierta tranquilidad empieza a llegar. Nada garantiza que no vuelva a desmoronarse como un castillo de naipes sostenido por un as de oro de pocos quilates.
Vuelvo a los gestos habituales desterrando pensamientos delirantes y haciéndome a la idea de que, en lo personal, en ocasiones, toca perder y que la mejor manera de hacerlo es con elegancia. No es sencillo. Hay momentos para todo y, en algunos, la rabia y la desazón amenazan con turbarme la vista. Es entonces cuando respiro hondo e intento despistarme con movimientos mecánicos que empiezan a ser parte de una rutina salvadora. Sé que la tranquilidad, pese a todo, vuelve. Los mecanismos de cada uno son extraños y la influencia que otros pueden tener sobre nuestra persona es sorprendente. Mucho.
Comencé la mañana leyendo unas cartas heredadas, sentada en los escalones de mi balcón. Busqué kilómetros de agua clorada mientras en casa, una casa que tengo ocupada desde mediados de la semana pasada, seguía en silencio y seguirá así durante unas cuantas horas más.
Continué con gestos de rutina que descomprimen. Un café donde siempre, un periódico ya usado y una reflexión que me tambalea.
“La risa siempre es la semilla de los grandes amores. Más que el deseo o las afinidades comunes, no hay nada mejor que la risa para sentirse parte del otro. Y así fue, entre bromas y otras cosas más serias, que Christine y Félix se buscaron en la oscuridad de la Ciudad de la Luz y sus cuerpos se encontraron entre versos e imágenes”.
Vuelvo a casa subiendo por la misma acera por la que bajé. Me toco la muñeca ajustando la correa del reloj; limpio los cristales de las gafas de sol con el pañuelo con el que me cubro el cuello; coloco un mechón de pelo sobre el hombro; busco en el bolsillo unas monedas sueltas que servirán de muy poco. Sólo son gestos para mentirme y olvidar.
Gestos a los que inevitablemente volveré, porque es mi naturaleza quien me obliga, no mi carácter.
Maravilloso de verdad Anita.
ResponderEliminarCreo que aciertas, Anita. La rutina diaria, las mismas cosas, la misma cafetería, el mismo periódico, el mismo orden al hacer las cosas en casa, crean la rutina confortable de la que hablas, que tanta seguridad nos da para salir adelante.
ResponderEliminarÁnimo, pues, insiste en esas pequeñas cosas, aunque te puedan parecer tonterías. Son importantes.
Gracias Anónimo.
ResponderEliminarSiempre pienso que la mecánica puede ser físicamente agotadora pero casi siempre es lo suficientemente confortable para la cabeza.
ResponderEliminarGracias Fernando
¿Es como si retornases de la realidad de locura a la irealidad?
ResponderEliminarEs como si a veces se me fuera la pinza. Sólo eso, creo. Bss Kenit
ResponderEliminarMentirme y olvidar la risa... una tarea nada facil. Un texto brillante, Anita, tan brillante como una sonrisa.
ResponderEliminarAnne
Muchas gracias Anne :)
ResponderEliminarRedondo y perfecto. Sugerente. Cést la vie, Anita.
ResponderEliminarUn saludo de tu amigo
Nicolás