Esta mañana me he levantado pensando que con toda seguridad a ti no te gustaría vernos llorar. Sabías que te estabas muriendo,hacía meses que lo sabias y, sin embargo, eras el primero para todo, te alegrabas de nuestras alegrias, te enfadabas con nuestros enfados, y te entristecias cuando nos veías triste. Aún recuerdo esa tarde de domingo, nos llamaste uno a uno por teléfono y no citaste en nuestro bar, en el de siempre, en el que nos econtrabamos las tardes de domingo. Hacía mucho frio y la llamada había sido un poco extraña. Yo tenía el cuerpo raro, hacía días que arrastraba un costipado importante. Para sacarme de casa hacía falta una buena razón. No te pregunté, pero sólo el tono de la llamada me hizo pensar que algo te pasaba. Cruce toda Gracia con un vendabal impresinonante y allí te ví, en la puerta, ni tan siquiera habías entrado. Nos fuimos a dar una vuelta, querias decirme que me necesitabas, que me querías a tu lado, pero que me querías contenta y serena. Me temía lo peor, durante años nos hemos tratado con gran sarcasmo yo riendome de tus novios y llamandote "loca", y tu riendote de mis continuos males de amor. Pero me querías serena. Recuerdo exactamente cada minuto de aquella conversación, como me dijiste que te morías, que te marchabas y que nos ibas a dejar, me dijiste "la mierda del cancer me ha podido", y yo me quede muda, te abraze y pense en todo lo que habíamos vivido y en lo que ya no ibamos a vivir. Se me hizo un mundo mientras a ti se te deshacia el tuyo. Entramos en el bar y allí estaban todos, Pedro, Alberto, Carlos, Magalí, a todos y a cada uno les habías ido dando la noticia por separado y ahora estabamos allí porque querías celebrar una "fiesta", nuestras fiestas de domingo, de charla y café. Hoy lo recuerdo más que nunca porque sólo han pasado dos meses desde aquella reunión. Y hoy ya hace dos días que te has ido, y me parece una eternidad.
Acuerdate, guardanos nuestras copas allí donde esté, y plis!!! No hagas la loca. Te quiere AnitaLennie Niehaus -
Tubisteis vosotros, sus amigos, la suerte de poder despedirle, de estar ahí con él.El la serenidad y entereza de los grandes tipos.
ResponderEliminarEn ocasiones no avisa la parca, y se queda una con el regusto amargo de lo nunca dicho.