domingo, 1 de abril de 2012

SÓLO ES DOMINGO DE RAMOS


Sentirse extranjero en la ciudad en la que uno ha nacido y vive no es algo singular, sobre todo si lo hace en una que se dice abierta al mundo. Esa sensación suele acometerme, de una manera casi violenta, cuando bajo al centro y camino por mitad del bulevar que une el centro de su plaza principal con el inicio del mar Mediterráneo.

Pero basta abandonar la artería principal, esa por la que se desangran las hordas de turistas en busca de sol y cerveza barata; alejarse de todo eso para encontrar una ciudad distinta, desconocida para la mayoría, una ciudad en la que en sus estrechas calles nunca verás tu sombra porque el sol jamás baja hasta la acera.  

La comunidad filipina se reúne en la parroquia de San Agustín, en pleno Raval y allí, hermanados con los suyos (que deberían ser los nuestros porque viven con nosotros, trabajan con nosotros y, porque no decirlo, crían a muchos de los niños que viven en los barrios residenciales de esta ciudad), celebran el inicio de la semana santa. 

Es algo extraordinario incluso para alguien quien, como yo, olvidó la cuestión religiosa en el baúl de los recuerdos hace ya muchos años. No deja de ser increíble observar el enorme esfuerzo de algunos por llevar a cabo su liturgia religiosa, esa en la que depositan su fe y su esperanza. Y no seré yo quien diga nada en contra. Y menos diré cuando estoy convencida que muchos de los que estan ahí lo creen de verdad, y menos aún diré cuando veo esos niños, humildemente engalanados de domingo, con las sandalias rozadas, las palmas un tanto raquíticas, acompañados casi todos ellos de la mano de sus madres, con cara de felicidad creyendo estar haciendo algo importante.

Puede que en unos años renieguen de todo eso y adopten la fe del futbol, la de la taberna o la de las finanzas o puede que simplemente no adopten absolutamente nada y continúen fajándose con la vida como puedan.

Pero es Domingo de Ramos y un año más, aunque no bata el aire con una palma, ni golpee el suelo con ningún palmón, he disfrutado, desde la esquina de la plaza, la misma de siempre, de uno de los mejores espectáculos de esta ciudad, la vida misma.

10 comentarios:

  1. Debiste llevar un ramo de laurel. Te sentirías mejor.
    Un chucho.

    ResponderEliminar
  2. Puede que la próxima vez lo haga. besos

    ResponderEliminar
  3. Y UNA RAMA DE ENCINA?

    SALUDO

    ResponderEliminar
  4. No lo había oido nunca. Laurel y olivo, sí. Pero también podemos llevar una ramita de encina.

    ResponderEliminar
  5. Me ha gustado mucho, en el Raval a veces aparecen historias que habiamos olvidado.
    Saludos

    ResponderEliminar
  6. me parece muy bien, no por desvinculación religiosa adulta, por abandono de creencias, hay que desprestigiar unas tradiciones tan profundas, de tanta importancia para mucha gente. sólo hay que ver las ploreras que se agarran cuando llueve y no pueden sacar las imágenes!!

    ResponderEliminar
  7. Claro. Además a mi siempre me hace gracia que la gente se meta tanto con el cristianismo, o mejor dicho con el catolicismo, y después les vaya el rollo misticio hiduista, budista, etc., y no cuestionen nada de lo que en esas religiones se da. Creo que cada uno es muy libre de creer en lo que quiera. Yo por ejemplo creo en los beneficios del bicarbonato y espero no ser lapidada por ello.

    PD. Rául, me cuesta mucho controlar tu página, tendrías que mandarme las instrucciones :)

    ResponderEliminar
  8. Bien por esa mirada distante que constata, valora, aprecia y no juzga, que sabe ver la esencia de las cosas.

    ResponderEliminar
  9. No entiendo otro modo de ver algunas cosas. Ser respetuoso con los demás no cuesta nada.

    ResponderEliminar