sábado, 16 de junio de 2012

RENDIRSE




Tengo que taparme los ojos y  lo hago con las dos manos, apretando fuerte, muy fuerte. Sin embargo, al apartarlas todo sigue igual y no me queda otra que rendirme a la evidencia de la existencia de su otro mundo, otro que se le ensancha a medida que el nuestro, el mío, se estrecha hasta convertirse en el filamento que me ahorca. Me rindo ante la evidencia, sin quererlo y con la voluntad superada.

Reconozco cada una de sus palabras y debo colocarlas lejos porque no son mías, ni son para mí. Y maldigo el preciso instante en que nos cruzamos. No fue ninguna suerte sino todo lo contrario y el tiempo, con la crudeza de la realidad que trae con cada minuto, con cada segundo, se encarga de recordármelo de manera constante. 

Fluctúo entre la tristeza y la rabia, entre la admiración y la desazón. Vuelvo a taparme los ojos con las manos apretando fuerte, muy fuerte y sé que cuando las retire empezará de nuevo el círculo de la rabia y el deseo interrumpido, de la admiración y el rechazo, del abatimiento y la euforia del que sabe que ha perdido toda esperanza y que, pese a ello, volvería una y mil veces a ese preciso instante en que el mundo se paró de modo inesperado.





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