Ayer se vivió en mi ciudad una de las jornadas más tristes para la democracia y para los que creemos en ella.
Ayer, casualmente, se cumplían treinta y un años desde la celebración de las primeras elecciones democráticas de este país, tras cuarenta años de una dictadura. Triste casualidad.
He dicho en muchas ocasiones que necesitamos un cambio, nuestro sistema no funciona y la disfuncionalidad no proviene de la maldad intrínseca del mismo, sino de la aplicación y de la interpretación que de él se ha realizado por parte de quienes tienen en su mano nuestro gobierno.
El movimiento del 15M nació como una buena forma de movilizar todas esas conciencias que, desde hace tiempo, claman por poner fin a la total desconexión entre los intereses de la ciudadanía y sus gobernantes.
Ayer fue una jornada triste, muy triste para todos. Se ha perdido una oportunidad de oro. La oportunidad de que los movimientos cívicos, que se suponía habían surgido con motivo del 15M, movilicen, con razón, a los ciudadanos de este país para que, de una vez, la voz de todos los que se siente abandonados por el sistema sea escuchada.
Hoy me siento más lejos que nunca de ese "movimiento" solidario y que hacía resurgir la esperanza. Y me siento más lejos que nunca porque no cabe en mi entendimiento situaciones como las vividas ayer. La sinrazón de la razón.
La imposición de posturas nunca ha sido santo de mi devoción. Y la imposición por la fuerza menos todavía.
Creo en la democracia y pienso que entre todas las formas de gobierno es el menos mala de todas.
El desconsuelo de la ciudadanía, la desconfianza frente al funcionamiento del sistema está justificada. Es cierto que los políticos de este país, casi siempre, frente a los problemas de los que patean la calle, miran hacia otro lado. Es cierto que trabajan más por sus prebendas y butacones que por las necesidades reales de los ciudadanos pero, aun así, sigo diciendo que la democracia es el peor de los males porque en nuestras manos siempre está la posibilidad de arrojarles de sus butacones y de utilizar un mecanismo que nuestra propia Constitución contempla, la iniciativa popular.
Ayer, las inmediaciones del Parlament de Catalunya se convirtieron en un inmenso agujero negro que engulló las buenas intenciones y la esperanzas en el renacer de un cambio. Estoy convencida que muchas de las personas que allí se congregaron no tenían más intención que la de mostrar su indignación frente al estado actual de este país. Sin embargo, entre la masa, los incontrolados de siempre, los antisistema que en esta ciudad se han crecido bajo un manto de falso proteccionismo porque nos creemos los más progres del mundo.
Las escenas de ayer nos colocan en una difícil posición ante nosotros mismos y ante el mundo. Vimos a nuestros parlamentarios, los que se han escogido mediante unas elecciones democráticas, entrando escoltados por las fuerzas públicas. Vimos Diputados a los que se les pintó una cruz en la espalda, como a algunos se les sustrajeron sus maletines de trabajo, como sufrieron ser escupidos, insultados, zarandeados. Ayer fue una de las jornadas menos democráticas de las que se han vivido en este país en los últimos años.
Pero los insultos, la violencia, la coacción con que la algunos actúan no puede arrastrarnos a los demás.
La necesidad del cambio es impone, pero no así, de verdad que no y el problema es que, con comportamientos como los de ayer, acabamos legitimando lo que ayer denostábamos.
Triste día para todos.
arvo part -
Fotografías de "La Vanguardia"
No sé anita, es todo muy confuso.
ResponderEliminarLo de la Semana Trágica de 1909 no creo que se vuelva a repetir.
Ciertamente, no así; qué pena.
ResponderEliminarNo entiendo nada.
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