Recibo un correo de “L”. Hacía tiempo que no tenía noticias suyas. La última, que tras varios tratamientos médicos, finalmente estaba embarazada.
“L” es una gran mujer, con un trabajo complicado pero altamente gratificante para ella y para los que caen en sus manos. Fue alumna mía durante dos años. Ya en aquellos tiempos se estableció una corriente de afecto y simpatía que no impidió que la suspendiera durante los dos cursos y que cada septiembre se tuviera que presentar a superar la convocatoria de una asignaturas que para nada le servían en su día a día. Nunca le ví una mala cara pese a que aquellos estudios, que como ella misma decía sólo le servían para “no oxidarme” y "cambiar de tercio”, la llevaban de cabeza.
Tras el “calvario” que vivió conmigo, que me llevó a invitarla a más de uno, dos y hasta tres cafes a la salida de clase ya por la noche, y antes de su entrada a trabajar (optó por trabajar en turno nocturno de urgencias para asistir a sus asignaturas), y gracias a eso, y a otras muchas cosas, con el tiempo se estableció una relación que hemos mantenido durante años, incluso en la actual distancia. Relación que se afianzó el día que ingresé de urgencias en el hospital en el que trabajaba, y ella estaba de guardia.
Hoy su correo, que lo he leido mientras atravesaba España de “cabo a rabo” (como dijo Castillo Puche), me ha entristecido profundamente. Me cuenta que ha dado a luz a un niño, un precioso niño que, tras siete días de vida, ha fallecido. Me cuenta que este correo tenía que ser la “presentación oficial” de su hijo y sin embargo, se ha convertido en un obituario que jamás hubiera querido escribir.
“No hay nada más terrible que ver como se te muere un hijo. Sólo tenía 7 días de vida pero, en realidad, es mucho más que eso, no sólo fue mi hijo durante esos pocos días, sino que también lo fue los 9 meses que lo llevé en mi barriga, y lo fue también durante los más de dos años que estuve preparando su llegada. Ahora no puedo respirar".
La he entendido perfectamente, y su dolor se ha convertido en mi dolor, y la distancia en una mierda insalvable pese a la tecnología.
La he entendido perfectamente, y su dolor se ha convertido en mi dolor, y la distancia en una mierda insalvable pese a la tecnología.
Ella conoce mis circunstancias y yo conozco las suyas. No puedo ponerme en su sitio, pero puedo acompañarla en su pena, caminar a su lado. No hay grandes cosas que decir, en realidad ninguna, sólo tenderle la mano, besarla en la frente y abrazarla tan fuerte, aunque sea en la distancia, que la respiración le retorne acompasada.
Sé lo que es dejar de ver palpitar dos corazones que lo hacían a la vez, yo no pude llorar. Hoy sin embargo, he llorado por ella, por ese niño que no conocí e incluso por aquellos dos corazones que hace años se pararon sin más.
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