Ocho horas de la mañana. Me cita en la cafetería de siempre, está más morenito que cuando nos dejamos de ver en julio, pero su cara es todo un poema. Nunca me acostumbraré a ver esa cara cuando va a descolocarse, o a descolocarme.
Hemos cambiado mucho en estos más de veinte años que han pasado desde que nos conocemos. Él ha perdido el pelo y ganado en apalancamiento vital, y yo he acumulado unas caderas que antes no tenía y unas dudas existenciales que no se daban cuando los jueves terminábamos cerrando aquel garito que aún existe y sólo pinchaban música española.
Hemos cambiado tanto que él, hasta hace dos minutos, tenía una vida y familia convencional, algo que en su momento hubiera parecido una broma macabra.
Han pasado veinte años y ayer, como después de cada verano, tocaba un abrazo prolongado, un fuerte beso y las preguntas de rigor: ¿Cómo estás?, ¿Cómo ha ido el verano?, bla, bla, bla. En su cara, un gesto extraño, un rictus forzado, no sonríe. Desde que nos hemos sentado en la mesa no para juguetear con las manos (mala señal). Saca su paquete de tabaco y me ofrece un cigarrillo (seguimos mal), y al final vomitando, suelta la primera, "Anita, ya se lo he dicho, no puedo seguir, no quiero seguir. Me voy".
Como no es la primera vez que oigo esta historia, lo primero que le digo es: "¿Cómo te vas a ir? ¡Desgraciao!, que tienes dos hijos y dos hipotecas". Pero hoy no se ha desternillado de risa, hoy me ha mirado a la cara y me ha dicho: "Chata que se metan las hipotecas en el culo y a los niños (que ya no lo son) también, que " YO" me voy". Me consta que hoy coge un avión, y me consta que no lleva billete de vuelta.Han pasado veinte años y ayer, como después de cada verano, tocaba un abrazo prolongado, un fuerte beso y las preguntas de rigor: ¿Cómo estás?, ¿Cómo ha ido el verano?, bla, bla, bla. En su cara, un gesto extraño, un rictus forzado, no sonríe. Desde que nos hemos sentado en la mesa no para juguetear con las manos (mala señal). Saca su paquete de tabaco y me ofrece un cigarrillo (seguimos mal), y al final vomitando, suelta la primera, "Anita, ya se lo he dicho, no puedo seguir, no quiero seguir. Me voy".
Aún estoy intentando recomponer mi cara, más que nada porque el muy cabrón me ha dejado sobre la mesa, un poder general de ruina, un saco de documentación y el bonito papelón de recomponer su vida mientras se embarca en un viaje del que no piensa volver en al menos, ya ha avisado, un par de años.
Los hay que son listos y hasta incluso un poco cabrones.(como sé que lo leerá, que lo sepa...)
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