martes, 11 de agosto de 2009

LOS ABISMOS PROPIOS

Sé durmió. Hacía semanas que no lo hacía y por primera vez en mucho tiempo no lo hizo de manera agitada. Soñó, por primera vez en meses, soñó y durante ese sueño se soltó de la garra de la inquietud que había invadido su vida. La angustía y la sinrazón le habían cogido de la mano y le hacían caminar por estrechos laberintos, confundiéndole más si cabía.
Necesitaba no pensar, necesitaba dejarse llevar, no tomar decisiones, no nada, sólo respirar con la cabeza totalmente vacía, sin nada. Convertirse en un autómata durante algún tiempo y así, poder descansar.
A los días tocó fondo y resurgió, porque eso es lo que tiene llegar al límite que, o bien te mueres nada más rozarlo, o renaces más fuerte todavía.
El subconsciente es como el fondo del mar, traicionero y sin salida. Una vez llegas al suelo, o te ahogas en sus aguas (que no son más que tus propias miserias y miedos), o resurges con voracidad, a fuerza de flexionar las rodillas, una vez tocado el fondo, para con un brutal impulso hacia la superficie, renacer a una nueva forma de vida, mediante un ascenso imparable.

Y en esas anda. Intentado dar forma a su nueva vida. Una vida que, pese a lo que ahora cree, volverá a llenarse de miedos y angustias, pero ahora ya sin ignorar que, a cada encontronazo consigo mismo, con tendencia a dejarle fuera de juego, hay un cordón invisible que le estira hacia la superficie del mar de sus angustias para que no se muera en el fondo de su abismo.


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