Efectivamente, el final del verano llegó, y como decía el Duo Dinámico, tú partiras. En este caso soy yo la que parto. Es la primera vez en años que me tomo un periodo de vacaciones tan corto. Nos pasamos los once meses del año, deseando que llegue el ansiado mes de las vacaciones. En mi caso, agosto es el único mes en el que puedo cogerme unos días con cierta tranquilidad y, cuando llegan esos días de ansiado descanso, pasan sin darnos ni cuenta. Pero como todo, el tiempo es relativo.
Con los años he aprendido que las manecillas del reloj no siempre giran a la misma velocidad. Cualquier listo me dirá que no, que el tiempo es una constante y que un minuto dura lo mismo en agosto que en pleno mes de enero. Pues bien, no es cierto. El transcurso del tiempo depende de como lo vivimos, como nos sentimos y del estado mental en que nos encontramos en cada momento. Un día puede ser una eternidad y una semana un suspiro.
Organizamos nuestra vida a base de rutinas y pocas novedades. En realidad, una vida muy normal. Son cuatro los que viven en un constante “desafío total”, el resto de mortales nos refugiamos en lo ordinario de nuestro funcionar. Pero he descubierto, también con el tiempo, que la mejor manera de alienarse, de evitar los temas personalmente complicados, es sumergirse en la vorágine del día a día. Muchas ocupaciones, poco tiempo para pensar en si uno se encuentra satisfecho con la vida que lleva, en si tiene que cambiar los muebles del salón de su casa, y en definitiva, si debe darle carpetazo a su existencia anterior y empezar de nuevo.
Todos los cambios dan vértigo. En mi caso, gracias a la tecnología (es lo que tienen los teléfonos-agenda-ordenador -gestor de vidas), he podido comprobar que mañana mismo me voy a sumergir en un caos laboral infestado de reuniones y viajes que, momentáneamente, me tendrá ocupada, lo cual no es garantía para que “Pepito Grillo”, que se me clavó en el oído, me repita cada cierto tiempo, “Que coño estas haciendo con tu vida".
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